|Cuatro Poderes | Por: Jorge Arturo Estrada
En Saltillo, el progreso fue lento durante siglos. Actualmente, la ciudad crece a ritmo acelerado pero anárquico. Nunca hemos vencido al desierto, eso es mentira. Lo que sí hemos hecho, es destruir al bello oasis que era el valle en el que habitamos. Desde hace décadas, desperdiciamos el agua criminalmente; contaminamos los arroyos; deforestamos la zona urbana y los bosques; la llenamos de pavimento y de autos viejos y contaminantes.
El tráfico de tierras, en el valle y en la sierra, sigue siendo el gran negocio de las élites económicas y políticas locales. Ahora, en las montañas que nos rodean, los bosques se talan, se fraccionan, se venden en parcelitas y se construyen cientos de cabañas y veredas. Vemos las imágenes dramáticas de los incendios forestales y compartimos caritas tristes. Pero hasta ahí llegamos, no nos indignamos, no protestamos. No cambiamos.
De esta forma, es evidente que, en Saltillo, lo peor que tenemos somos sus habitantes. Somos nosotros los que ensuciamos todos los rincones, calles, banquetas, fachadas, bardas, plazas, escuelas, edificios públicos, parques, bosques, senderos y montañas. Somos tóxicos.
Nos quejamos de las fallas de las autoridades, pero hemos sido nosotros los que, cada que hay elecciones, siempre escogemos a los mismos. Frecuentemente, estos políticos, resultan ser familiares y socios de los que han gobernados desde hace tres o cuatro generaciones. Generalmente, son los hijos, los hermanos, los primos y los nietos de quienes han sido alcaldes, funcionarios públicos y fraccionadores.
Los recursos son limitados para una mancha metropolitana en permanente expansión. El caso del agua es patético, la red tiene fugas por las que perdemos el 40 por ciento del caudal y el agua tratada la tiramos a sucios arroyos, mientras las fábricas y talleres usan agua limpia en sus procesos industriales.
Además, las faldas de la sierra de Zapalinamé están invadidas por desarrollos habitacionales que construyeron fortunas para unos cuantos y daños irreversibles para la vital fábrica de agua de la ciudad. Lo que pone en riesgo permanente el futuro, la sustentabilidad, el progreso y la calidad de vida de la capital de Coahuila. Aquí cerca, Monterrey colapsa y es la ciudad más desarrollada del país, debiéramos vernos en ese espejo.
Como ciudadanos somos depredadores y también somos pésimos turistas y paseantes. Cada vez con mayor frecuencia, incendiamos las montañas con nuestros descuidos y apatías. Con nuestra presencia causamos daños incalculables en lugares que no deberían ser visitados por ignorantes que van a prender fogatas. Es el mismo caso, con las líneas eléctricas que no deberían atravesar los bosques montañosos.
Es cierto que algunos grupos de saltillenses han trabajado por décadas para reforestar y reintroducir especies vegetales y animales en esas montañas. En intentar regenerarlas. Hemos abusado de ellas en extremos increíbles, está documentado que, en el pasado no muy lejano, se llegó al extremo de dar permisos para cortar los pinos para hacer tablas o para venderlos en navidad.
Amor por Saltillo, patrañas. Somos depredadores que nos sentimos medioambientalistas dando likes en el Facebook a las fotos que nos van presentando, aunque en realidad somos tóxicos como paseantes y habitantes de la ciudad, su valle y sus montañas.
Actualmente, los fraccionadores históricos y dueños de ranchos de esas zonas de las sierras de Zapalinamé y Arteaga, deberían estar obligados a aportar recursos para mantener a un cuerpo de brigadistas y a un fondo que permitan el combate de los incendios forestales desde su prevención hasta su contención.
Además, es indispensable prohibir el turismo en las montañas en épocas de sequía y en lugares en donde no se cuente con preparativos para combatir el fuego. Es obvio que suena irrealizable hay demasiados negocios en juego, pero las circunstancias lo demandan.
Ya es tiempo de hacer algo importante. Los ciudadanos debemos convertirnos en buenos saltillenses y dedicados medioambientalistas; aunque también es indispensable que aprendamos a elegir bien a nuestros presidentes municipales. Para que, de una vez por todas, nos unamos para que podamos conservar y tal vez recuperar algo de la belleza y salud del valle y sus montañas para las nuevas generaciones.
Cuando llegaron los europeos a fundar la villa, este lugar era un oasis paradisiaco con bosques de pinos y encinos gigantes, de cientos de años de antigüedad, que bajaban desde las montañas hasta Ramos Arizpe. El lugar, era surcado por una docena de arroyos y cientos de manantiales y arroyuelos que inyectaban vida. Estaba habitado por decenas de especies; desde peces, patos y tortugas, hasta bisontes, osos, venados y lobos. Ahora lo que tenemos, son viejos cauces llenos de contaminación y de basura. Amor por Saltillo, patrañas.