Un disco, un productor y un manager hicieron que los ‘Fab Four’ pasaran del anonimato a inventar la cultura de masas
Reino Unido. Verano de 1963. Cuando se creía que no podía ocurrir nada más explosivo que el atraco al tren postal Glasgow-Londres, que ha pasado a la historia como el “robo del siglo”, o el fatal desenlace del ‘caso Profumo’, con la dimisión del ministro de Guerra británico, en Fleet Street, guarida de la prensa, el Daily Mirror acuñaba, parapetado en la canícula lluviosa, un término que entraría como un obús en la historia de la música: beatlemanía.
Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr sacudían los cimientos de un país que despertaba con dificultad de la larga posguerra. En aquellos días de estío de 1963 propulsarían una carrera que nacía de la experiencia de sus numerosos viajes a Hamburgo, del peso de sus chupas de cuero, emblema de la locura skiffle, y de su fuerte dialecto scouse, expresión del tramo más bajo de las clases desfavorecidas del Liverpool de sus orígenes.
Los Beatles fueron dinamita sin control social ni político en un momento en el que solo se conocían las acarameladas melodías de Cliff Richard y Billy Fury. Ni rastro aún de las técnicas masivas de marketing y publicidad. Tampoco del poder comercial de los jóvenes, relegados a ser una incómoda transición hacia los rigores de las más férreas convenciones sociales. “En la adormilada y ordenada Gran Bretaña de mediados del siglo XX, la beatlemanía parecía lindar con la psicosis”, escribe Philip Norman, autor de Paul McCartney. La biografía (Malpaso).
Los Beatles dijeron adiós a pasear por la londinense Charing Cross Road o a comprar en Anello y Davide
Por eso, aquel verano de 1963, las guitarras de John Lennon y George Harrison, el bajo (modelo violín) de Paul McCartney y la batería de Ringo Starr, adobados con sus voces, flequillos y sus chaquetas de cuello redondo, con su simpatía y con su desparpajo, destriparon algo más que una moda. A partir de entonces, el pop y el rock se convertirían en una forma de vida. Hasta junio, hicieron tres giras por el Reino Unido –ya con el logotipo definitivo, con su famosa T alargada– en las que ensombrecieron al mismísimo Roy Orbison. El ruido y la furia de las multitudes llegó hasta el Parlamento, ocupado como estaba en sobrevivir a las turbulencias provocadas por la inevitable dimisión del primer ministro Harold Macmillan.
En las listas de éxitos pulverizaba todos los récords Please Please Me, primer álbum de estudio publicado en marzo de ese año que daría fuelle al repertorio de sus comparecencias en directo, en las que ya empezaban a verse los primeros caramelos Jelly Babies alfombrando los escenarios (cortesía de sus fans). Entre las perlas de esta entrega de debut, Love Me Do, Twist and Shout o Ask Me Why.
La cuestión es que el tándem Lennon-McCartney carburaba ya a pleno rendimiento con el manager Brian Epstein y el productor George Martin intentando controlar y meter en vereda a cuatro talentos aún sin pulir. Todas las piezas del motor estaban ya engrasadas en aquel tempestuoso verano de 1963. La beatlemanía empezaba ser tan británica como el Big Ben, el té de las cinco o Picadilly Circus. Había que añadir ya, por derecho propio, a cuatro desatados jóvenes de Liverpool que abrían, con sus instrumentos, un camino ignoto.