El presidente Andrés Manuel López Obrador maneja la sucesión de acuerdo con sus tiempos, sus prioridades y sus circunstancias. En su toma de posesión, advirtió que la alternancia de 2018 no era un mero cambio de Gobierno, como ocurrió con el PRI y el PAN, sino de régimen. Hoy su afán consiste en dar continuidad de la Cuarta Transformación. AMLO no quiere desviaciones como las ocurridas a partir del sexenio de Ávila Camacho con respecto al proyecto de Lázaro Cárdenas. Frente a las embestidas y acechanzas de los grupos de presión, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, líderes de la carrera sucesoria, han jurado lealtad al líder y a la 4T.
López Obrador, como ninguno de sus predecesores, es el dueño de la situación. Domina la agenda electoral y marca los ritmos a unas oposiciones desnortadas, sin liderazgos ni propuestas. La estrategia de sus adversarios, si acaso lo es, se basa en retóricas y en el golpeteo a un presidente que exhibe su juego y los ridiculiza. Basculados hacia posturas conservadoras, los partidos del Frente Amplio por México (FAM/PRI-PAN-PRD) buscan que Xóchitl Gálvez los conecte con las mayorías, cuyo apoyo al mandatario todavía lo reflejan las encuestas. El país no se ha deshecho, como el statu quo y los medios de comunicación afines lo auguraban. Pese a las crisis, los fallos y las promesas incumplidas, AMLO podría entregar mejores cuentas que los presidentes del neoliberalismo.
El periodista Jesús Silva-Herzog Márquez, en la columna «Atado y bien atado», pone de relieve las inconsistencias y contradicciones del método de Morena para nombrar a su candidato presidencial. «En la convocatoria se perciben los resortes sectarios: por ningún motivo pueden mostrarse fisuras al interior del “movimiento”. De este modo, se nos invita a un teatro de falsa fraternidad. Hijos todos de un mismo padre que jamás consentiría el disenso entre sus descendientes. Si se pelean entre ustedes, me ofenden a mí. (…) El sectarismo (…) se expresa de manera más grotesca con la prohibición a los fieles de entrar en contacto con los medios críticos». Analista equilibrado, el escritor admite que «Morena hace su trabajo, mientras las oposiciones siguen en la luna» (Reforma, 12.06.23).
El récord de la coalición Va por México (VxM, hoy FAP) en tres años resultó infame: perdió 15 de las 18 elecciones para gobernador donde participó. El frente había cifrado sus esperanzas en el Estado de México, pero también fue derrotado. Con esos números, pensar en arrebatarle la presidencia a Morena parece un chiste. Hasta los peores críticos reconocen que, salvo una situación extraordinaria, habrá 4T para rato. El partido guinda no tiene en Mario Delgado a un líder brillante como Porfirio Muñoz Ledo, pero la torpeza de Alejandro Moreno (PRI), Marko Cortés (PAN) y Jesús Zambrano (PRD) le facilitan el trabajo.
López Obrador podría inclinar la balanza por su preferida(o), pero sabe que más le conviene respetar sus propias reglas. Así daría un mentís a la «comentocracia» empeñada descalificar el proceso de antemano. Quienes crucen la meta después de Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard serán recompensados. El enemigo de las oposiciones no es el presidente, sino ellas mismas. La rendición del PRI, PAN y PRD ante Claudio X. González, representante de la ultraderecha, profundizó la crisis de los partidos anquilosados y sin sustento popular. El presidente aconsejó socarronamente a Va por México y a sus adláteres unirse en torno a un ideal y echar «a un lado la búsqueda del poder por el poder (…), es necesario que defiendan un proyecto, no importa que sean ideales conservadores». Ni la historia ni las ideologías han terminado como anticipó Francis Fukuyama tras la caída del Muro de Berlín.