Amigo mío, si esta copla como el viento
Adonde quieras escucharla te reclama
Serás plural, porque lo exige el sentimiento
Cuando se lleva a los amigos en el alma
(«A mis amigos», Alberto Cortez)
La vida me ha concedido la gracia de tener pocos amigos, pero cada uno selecto. No los escogí, ni ellos a mí. Fue Dios quien cruzó nuestros caminos. Decir que todos los amigos despiertan los mismos sentimientos sería una mentira, pues cada uno es diferente. Para quererlos es condición que las almas se fundan. Antonio Nasip Harb Karam fue para mí como un hermano mayor. Su muerte, acaecida este lunes, me entristece hondamente. Del amor a su familia tomó fuerzas para vencer un cáncer invasivo, pero era consciente de que la vida pende siempre de un hilo. Conocí a Toño en una gira a la que el gobernador Eliseo Mendoza Berrueto nos invitó a Miguel Ángel Ruelas, gerente de El Siglo de Torreón, y mí, a la sazón director de Noticias de El Sol de La Laguna.
Meses más tarde, cuando fui presentado como director de Comunicación Social, sentí una mirada cálida y efusiva: era la de Toño. A partir de entonces, sin conocernos, nos hicimos amigos. En las giras compartíamos habitación después de jornadas extenuantes. Toño me contaba de su infancia, de sus maestros, de su madre, Angelique, a quien, en broma, le reclamaba haberle heredado algún achaque, no su belleza ni sus ojos verdes. Uno de los clientes de su padre, Nacib Mtanous, en la tienda familiar de Monclova, era don Venustiano Carranza. Por esa amistad, Francisco Villa ordenó su fusilamiento, pero fue salvado por un ángel.
Con Toño comparto la devoción por san Chárbel Makhlouf, primer santo católico de su tierra: el Líbano. Él y su esposa Youmna, de quien estuvo enamorado hasta el final y acaso separarse de ella fue lo que más pena le causó, le dedicaron a San Chárbel un nicho frente a su casa. «La gente lo visita, le deja listones con sus peticiones e incluso ofrendas que hacemos llegar a la Iglesia», me dijo un día, emocionado. Toño y Youmna visitaron la tumba del asceta maronita cuyo nombre real es Yusef Antun (José Antonio Majluf). Los Harb nos abrieron las puertas de su hogar y de su corazón a mi esposa Chilo y mí. También a nuestros hijos Ana Cristina y Ernesto, a quienes ofrecieron su casa para sesiones de fotos antes de sus bodas con Pedro y Verónica. Después atestiguaron el matrimonio de Gerardo y Yuria.
A Toño se iluminaba el rostro cuando hablaba de su hijos Rita, Tony, Gerardo y Youmna y de sus nietos. Ingrid, una de sus nietas, niña entonces, nos acompañó un día a una comida en El Tapanco (cuando era El Tapanco). Hoy es una mujer exitosa. Toño era dueño de una vasta cultura y conocía al dedillo la historia de Oriente Medio, pero no alardeaba. Melómano y esteta, era un hombre sensible. Caballero en toda la extensión de la palabra, apreciaba el detalle y no aceptaba errores. En el Tok’s, donde por años nos reunimos amigos entrañables (Eliseo Mendoza, Jesús Alfonso Arreola Pérez, José Fuentes García, Armando Fuentes Aguirre, Enrique Salinas Aguilera, Ramiro Flores Arizpe y Gabriel Pereyra) refunfuñaba porque los chilaquiles llegaban fríos o la pechuga no estaba debidamente sazonada. Enseguida se disculpaba.
Toño me enseñó muchas cosas. Una de las más bellas, orar de rodillas. Cierta noche, después de un recorrido por la región Carbonífera, entré al cuarto que nos asignaron y lo encontré en esa posición. No se inmutó: agradecía a Dios las bendiciones del día. Toño era un hombre serio, pero también divertido. Durante la explicación de un proyecto en Saltillo llamó «presidente Cárdenas» a Carlos Salinas, pues la obra era en la avenida así llamada. Percatado del lapsus pidió disculpas, pero Salinas lo tomó con humor.
La risa de Toño reflejaba su alma limpia y generosa. Mi esposa Chilo y nuestra hija Ana Cristina sienten profundamente su partida. «¿No ha llegado la jefa?», preguntaba en nuestros desayunos. Tan pronto las veía, iba a charlar con ellas. Hombre íntegro y servidor público impoluto, Toño sobrellevó el acoso de funcionarios mediocres antes que traicionar a quien le abrió las puertas del Gobierno. Hoy, como Pablo de Tarso, puede decir: «… el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación» (2 Timoteo 4:7-8).