Tras un jesuita, llega un agustino. La Iglesia sigue ofreciendo sorpresas, lo cual es signo de una misteriosa juventud
Bienvenido León XIV
Tras un jesuita, llega un agustino. Después de un argentino se sienta en la silla de Pedro un estadounidense, arraigado en Perú y luego trasladado a Roma, al centro mismo del cuerpo eclesial. La Iglesia sigue ofreciendo sorpresas, lo cual es signo de una misteriosa juventud. No puede negarse que Robert Prevost había sonado en los días previos al Cónclave, pero en tono menor. Y sin embargo, diversas voces apuntaban algunos rasgos significativos: en él se concilia experiencia misionera y capacidad de gestión, norte y sur del mundo, conciencia social y precisión teológica, seriedad y capacidad de acogida, fidelidad y libertad. Un buen balance para lo que pudiera venir.
Lo primero que me ha venido a la mente, al ver y escuchar al nuevo Papa dirigirse al pueblo, ha sido la bella continuidad de la Iglesia, siempre la misma y, al mismo tiempo, llena de novedad. El primer saludo de León XIV no podía estar más arraigado en la Tradición, no podía conectar mejor con el buen y sencillo pueblo de Dios, y no escondía la conmoción que es propia del encuentro con Cristo: «Cristo nos precede, el mundo tiene necesidad de su luz… busquemos siempre trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el evangelio, para ser misioneros». El pueblo reunido en la plaza de San Pedro ya abrazaba a su pastor, ya lo sentía y reconocía como propio, aun antes de conocer su nombre y su rostro.
Las elección del nombre ha sido también una sorpresa, una hermosa sorpresa. El último Papa León encarnó un giro decisivo, de la mentalidad meramente defensiva frente a la modernidad, a una presencia creativa y un diálogo crítico con la cultura de su tiempo. Con su encíclica Rerum Novarum mostró de nuevo la conexión profunda e ineludible de la mirada de la fe con las vicisitudes de la historia. Veremos cómo se traducen esas pistas en el pontificado que ahora empieza.
Si la impronta jesuítica ha sido sustancial en el pontificado de Francisco, la orientación agustiniana ha estado presente ya en el primer saludo de León XIV. Pienso que esa orientación, en lo que se refiere al diálogo de Cristo con el corazón del hombre, y a la presencia de la Iglesia en una sociedad marcada por la ignorancia de la Tradición cristiana, puede ser especialmente útil en este momento. También en todo lo referente a la relación de la Iglesia con los poderes de un mundo en ebullición.
Evidentemente, León continuará en muchos aspectos la senda abierta por Francisco, pero no será una mera repetición. Aportará acentos nuevos y ejercerá el ministerio de Pedro con el estilo tranquilo y el bagaje teológico y jurídico que le acompaña. Continuidad y renovación se engarzan siempre en el camino de una Iglesia antigua y joven a la vez. El rostro alegre y conmovido del nuevo Papa hablaba sobre todo de Aquel que le ha llamado, el único que explica que esta historia continúe.