El Congreso pasó desapercibido para los mexicanos la mayor parte del tiempo, pues, como apéndice del presidente de turno, no los representaba. El inquilino de Los Pinos nombraba a los diputados y senadores y, a través de ellos, a los jueces, magistrados y ministros de la Corte. «La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México». Aunque camuflada, «tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible», espetó el escritor Mario Vargas Llosa a los anfitriones del encuentro El siglo XX: la experiencia de la libertad, celebrado del 27 de agosto al 2 de septiembre de 1990, en pleno auge salinista.
Vargas Llosa plasmaría en Tiempos recios (Alfaguara, 2019) su aversión por las dictaduras y el papel de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en el derrocamiento de gobiernos democráticos como el de Jacobo Árbenz (1954), en Guatemala, acusado falsamente de comunista. Los Estados Unidos y la United Fruit Company impusieron en su lugar a un presidente títere, Carlos Enrique Díaz. Uno de los socios del monopolio bananero era el entonces secretario de Estado, John Foster Dulles, cuyo hermano, Allen Dulles, dirigía la CIA. En La fiesta del chivo (2000), reproduce la historia del déspota dominicano Rafael Leónidas Trujillo, quien, lo mismo que Díaz, fue asesinado durante su mandato.
Poco antes de viajar a México y de caldear el debate sobre la libertad, organizado por Octavio Paz y otros escritores afines, Vargas Llosa había participado en las elecciones presidenciales de Perú como candidato del Frente Democrático. El vencedor resultó ser, contra la lógica y todos los pronósticos, un ilustre desconocido: Alberto Fujimori, exrector de la Universidad Agraria La Molina. Vladimiro Montesinos, personaje siniestro vinculado con la CIA, ejerció el poder entre bastidores. Según el periodista Gustavo Gorriti, Montesinos recibió un millón de dólares de Pablo Escobar, jefe del cartel de Medellín, para la campaña de Fujimori, quien falleció el 11 de septiembre pasado. La dictadura duró 10 años, tras los cuales fueron encarcelados bajo los cargos de tortura, asesinato de rivales políticos, masacres y el robo de caudales públicos cifrado en miles de millones de dólares.
Con esa experiencia a flor de piel, el foro le ofrecía al futuro Nobel de Literatura la oportunidad de abordar el caso mexicano. El diario español El País reseñó el episodio: «(…) conocedor de que estaba en el aire en una estación de televisión por cable del consorcio Televisa [“soldado del PRI”], Vargas Llosa habló de la política mexicana, cosa que de seguro sorprendió a Paz, puesto que la idea del evento era hablar de la Europa del Este. “Espero no parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a decir. Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de México, cuya democratización soy el primero en aplaudir, como todos los que creemos en la democracia, encaja en esa tradición con un matiz que es más bien el de un agravante. México es la dictadura perfecta”».
La nota describe a un Octavio Paz, adusto, escuchar «sentado atrás en el estudio de televisión y con una expresión de molestia. No podía intervenir, puesto que era su discípulo Enrique Krauze, quien dirigía el debate. Vargas Llosa se olvidó de sus anfitriones mexicanos. “Yo no creo”, refiriéndose al PRI, “que haya en América Latina ningún caso de sistema de dictadura que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil. (…) es una dictadura sui géneris, que muchos otros en América Latina han tratado de emular”». La prueba, irrefutable, estaba a pocos pasos del plató, en Los Pinos, donde Carlos Salinas de Gortari gobernaba sin restricciones ni equilibrios. Todo el mundo aplaudía, incluidos los intelectuales.