La ruta marítima del norte de África, donde ocurrió el hundimiento del pesquero Adriana, se ha cobrado la vida de 21 mil personas en los últimos nueve años. El escenario, en vez de estabilizarse o mejorar, tiende a ser peor todavía. El primer trimestre de 2023 resultó el más mortífero para quienes buscan cruzar el Mediterráneo en busca de nuevos horizontes. El Proyecto de Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) registró en ese lapso 441 muertes. La cifra ha sido la más elevada desde 2017, pero el naufragio del Adriana, el 14 de junio, ya la superó. La crisis humanitaria en la zona es «intolerable» y lo peor es que las «(…) muertes se han normalizado», deplora el director de la OIM, António Vitorino.
Los migrantes no solo son víctimas de traficantes, autoridades venales y de un modelo económico que monopoliza la riqueza y ensancha las brechas sociales. También sufren la insolidaridad social y la incuria de Gobiernos que obstaculizan o impiden auxilio. La demora en los rescates dirigidos por el Estado —a veces deliberado como pudo ser el caso del Adriana, con más de 700 pasajeros— provocan la muerte de centenares de personas. La intimidación ha reducido en forma significativa las tareas de las ONG. El 25 de marzo, acorazados libios lanzaron disparos de advertencia sobre un barco humanitario que intentaban rescatar a unos 80 migrantes apiñados en un bote de goma.
El incidente en aguas internacionales fue denunciado por la agencia de noticias AP como «una nueva intercepción marítima imprudente de migrantes por parte de la guardia costera Libia». Según el grupo SOS Meditarranée, cuyo barco recibió las advertencias, los guardacostas «tiene instrucciones y financiamiento de la Unión Europea para frenar la llegada de los migrantes a Europa» (The San Diego Union-Tribune, 26.03.23).
El Proyecto de la OIM es por ahora la única iniciativa dedicada a documentar las muertes y desapariciones de migrantes alrededor mundo. La estadística del periodo 2014-2022 eriza la piel: 48 mil mujeres, hombres y niños perdieron la vida en el intento de alcanzar un futuro mejor. En vez de abrazarles, los mares de la indiferencia y la globalización los devoran. Casi el 50% de las muertes (23 mil 970) ocurrieron en la ruta del Mediterráneo Central, comprendida entre África del Norte e Italia. América registró 6 mil 200 fallecimientos en el mismo intervalo, de los cuales el 60% sucedieron en la frontera de México y Estados Unidos, dice el informe de la OIM. La pobreza y la violencia destacan como causas de la emigración (Portal de Datos sobre Migración).
El primero de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015 consiste, justamente, en erradicar la pobreza extrema del mundo para el año 2030. El parámetro se basa en un ingreso inferior a los 1.25 dólares diarios por persona. Dotar a la población de sistemas y medidas de protección social universal y lograr una cobertura amplia de los pobres y los vulnerables, en el mismo horizonte, es otra de las metas, dice el Portal.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible pone de relieve la contribución de los migrantes. Incluirlos en los compromisos abre a los países nuevos retos. El infierno está sembrado de buenas intenciones y así lo demuestra el disparo de los flujos migratorios. Mientras los hilos del mundo los muevan las oligarquías —dueñas del mercado—, los conglomerados mediáticos y los criterios de utilidad máxima, y la sociedad permanezca anclada en el egoísmo y presa de la tecnología, no dejarán de morir millones de personas en los desiertos y en los mares. El fracaso de las políticas migratorias obedece, en parte, a la globalización de la economía donde los pobres parecen estar de más.