Con el fútbol pasa lo mismo que con la política. Mucho descontento, bulla, escarnio, pero muy poca acción y voluntad para dar el salto. La ciudadanía abomina de sus dirigentes, pero les tolera toda clase de abusos y mentiras, permite que las elecciones las decidan los partidos, reelige a quienes la defraudan y hace la vista gorda frente a sus desmanes. Pongamos por caso la megadeuda a la cual se destinan cinco mil millones de pesos anuales para el pago de intereses como si tal cosa. El fútbol también es negocio de cúpulas traficantes de anhelos y esperanzas. Mientras las urnas no se llenen y los estadios no se vacíen —en señal de protesta— las cosas seguirán igual o empeorarán todavía más.
El fracaso en Qatar de la selección es tan rotundo o más que el de cualquier partido sin exceptuar a Morena. El juego que reglamentó Inglaterra es costoso y las ligas europeas pagan a sus estrellas millones de euros, no de balde son las mejores. En nuestro país, el espectáculo está en manos de mafias. Al igual que los representantes populares, la Federación y los clubes ignoran a la sociedad y sólo rinden cuentas a sus dueños. El poder del futbol, como el de los políticos, proviene del pueblo. Mas no lo utilizan para servir, sino para elevar sus ganancias. Los gobernantes buscan aplauso con cargo al erario. Humberto Moreira regaló 150 millones de pesos a una cervecería para un estadio. ¿Lo autorizó el Congreso? No, pues los diputados formaban parte de la corte.
El negocio hipócrita del futbol mexicano debe ser sacudido para volverlo competitivo y evitarle al público decepciones y vergüenzas en cada competición. Es insultante que los jugadores exhiban uniformes plagados de publicidad. Resulta igualmente inaceptable que los comentaristas intercalen comerciales entre las jugadas. Y peor aun, que durante los partidos se invadan las pantallas con anuncios, algunos de la peor factura. Deporte masivo y popular, el fútbol, como la política, debe democratizarse. Si en Europa la participación de trabajadores en los consejos de administración permite aumentar la productividad en México los clubes deben abrirse al público, mediante la venta de acciones para oxigenarse.
Para muchos, el fútbol de hace 25 o 30 años era superior al actual, pues no estaba tan mercantilizado y era más cercano al pueblo. El juego, de alguna manera, se ha robotizado. En el fondo es un negocio turbio y corrompido. Los sobornos para ascender de liga, la explotación y compraventa de jugadores lo envilece y vuelve inicuo. Las sumas que los jugadores ganan están lejos de su rendimiento. Pero mientras se asista a los estadios para corear a mediocres y se compren sus playeras, nada va cambiar. Si los pueblos tienen el Gobierno que se merece (Gaspar Melchor de Jovellanos, dixit), la afición tiene el fútbol que consiente.
Reconocer que el papel de las televisoras ha sido nefasto para el futbol —como también lo es para la educación, la democracia, la convivencia y los valores— es retórica engañosa. Si existiera el deseo genuino de brindar un espectáculo de altura, la cadenas de televisión deberían dejar de manipular a la afición y de instrumentalizar al Tri, dar libertad a los directores técnicos —cabezas de turco siempre— para convocar a los mejores jugadores y respetar el juego limpio dentro y fuera de la cancha. Condición sine qua non es también que la Federación Mexicana de Futbol cierre las puertas a políticos frustrados. Pues ya bastante daño le causaron al país.