La paranoia y la desesperación del Frente Amplio por México (¿o por Claudio X?) lo han llevado a elucubrar teorías conspirativas según las cuales el Estado podría tramar un atentado contra la vida de su favorita para la presidencia cual si ya tuvieran el triunfo como en la bolsa. Xóchitl Gálvez, desde esa perspectiva, sería una mártir, mas no de la democracia, sino de los intereses representados por el bloque opositor: la partidocracia tradicional y los grupos de poder resentidos con el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, las intenciones de voto efectivas por la carta fuerte del PAN-PRI-PRD (21%) la colocan todavía lejos del primer lugar. La aspirante de Morena mejor posicionada, Claudia Sheinbaum, registra una preferencia del 57%. Marcelo Ebrard, el número dos del partido guinda en la carrera, aventaja a Gálvez por 23 puntos de acuerdo con la encuesta de Enkoll publicada por El País el 25 de julio.
Muchas cosas pueden suceder en los 10 meses y pico que restan para las elecciones, pero el escenario, en circunstancias sociales y políticas normales, difícilmente podría cambiar en ese lapso de tiempo. Para presionar aún más al FAM, López Obrador subió a la pista al gobernador de Nuevo León, Samuel García, y al alcalde de Monterrey, Luis Donaldo Colosio Riojas (Movimiento Ciudadano). Ya antes había hecho lo mismo con Xóchilt Gálvez (PAN) y con Manuel Velasco (PVEM). El inconveniente de hacer política de salón es que se aparta de la realidad. Claudio y compañía han despertado en medio del laberinto.
La insinuación de una agresión contra Gálvez es tendenciosa, pues en tal caso cualquiera de los aspirantes podría ser objeto de la insania si se toma en cuenta que en todas las facciones existen exaltados. El amago también resulta demencial, pues más allá de advertir sobre un acontecimiento improbable, parece que se desea sacar astilla sin importar que el país se hunda en el caos. Sugerir que las acusaciones y señalamientos del presidente López Obrador contra sus adversarios incitan a la violencia, y peor aún, responsabilizarlo de «cualquier cosa que ocurra a periodistas independientes, críticos de su Gobierno y aspirantes a encabezar la oposición», como lo hace un grupo de organizaciones abiertamente contrarias a la 4T, plantea una cuestión: ¿dónde están los fanáticos?
No es propio de un jefe de Estado y de Gobierno afrontar a sus detractores y rivales como López Obrador lo hace, pero tampoco un presidente y su proyecto habían generado tanta animadversión. No tanto por su estilo personal de gobernar, sus contradicciones y los fracasos de su administración, sino por haber emprendido la sustitución de un régimen basado en los privilegios para una minoría por otro que, con vicios y virtudes, mira hacia los sectores históricamente desfavorecidos. México era un país polarizado antes del ascenso de AMLO al poder.
El atentado contra Luis Donaldo Colosio, en las presidenciales de 1994, provino el grupo gobernante del cual formaba parte. De pronto, el candidato del PRI que veía «un México con hambre y sed de justicia» pasó a ser un enemigo, un peligro; no para el país, sino para los intereses creados. Un supuesto asesino solitario cambió el curso de la historia y convirtió a Carlos Salinas de Gortari en el villano. Suele suceder que los beneficiarios de las teorías conspirativas son quienes las propalan. Una pesadilla puede llevar a otra peor. Lo más sensato es no jugar con fuego y dejar que la democracia haga su parte.