Más que una anécdota, los deslices de los políticos escenifican la subordinación de la cultura en el debate nacional y la escasa cualificación humanística de quienes se encuentran a los mandos
Las múltiples anécdotas ilustran la escasa ilustración de nuestra clase política. Y no tiene sentido incurrir en generalizaciones, pero tanto resulta flagrante la escasa preparación cultural de los líderes como la subordinación de la cultura y de la educación en los debates, los presupuestos y las agendas.
La cultura se instrumentaliza con finalidades propagandísticas y redes clientelares. Ni es una cuestión de Estado ni tampoco una competencia de la secretaría que la encabeza, precisamente porque corresponde a los municipios la gran parte de la ejecución cultural. Casi todas ellas la degradan en los presupuestos. Y casi todas se atienen a la concepción de un modelo desquiciado que transita entre el abandono total (cuando no hay dinero) y la megalomanía absoluta (cuando lo hay).
La perspectiva de ese árido terreno, enfatiza el fingimiento con que nuestros líderes políticos se observan en la obligación de mostrarse culturetas. No vemos a las clases políticas en una exposición, o en un concierto formal. No se refleja en ellos espesor cultural alguno. Se amontonan los deslices, las meteduras de pata. Y no tendrían valor si no fuera porque escenifican la degradación del hábitat cultural. La cultura es una más entre las asignaturas de la política, la región superflua.
No es la riqueza la que engendra la cultura; es la cultura la que engendra la riqueza. Y no solo en el sentido académico o filosófico. O en la formación de un espíritu crítico y de una sociedad tolerante. O en la inversión de unos medios y unos dineros sin recompensa electoral. Por supuesto que la cultura define el civismo y la sensibilidad de una nación, pero también implica una dimensión industrial y geopolítica. Las razones por las que Francia inaugura el Louvre en Abu Dabi provienen de una decisión estratégica que coloca en el Golfo un hermoso caballo de Troya. Igual que hace el Reino Unido con sus terminales de la BBC.
Hay modelos culturales en contradicción. La presunta inhibición de Estados Unidos no lo es tanto porque la sociedad civil estimula la vida cultural desde la conciencia y desde los beneficios fiscales. El modelo centroeuropeo —y el francés— redunda en la intervención del Estado, no ya desde las subvenciones ni desde los proyectos simbólicos —museos, bibliotecas, festivales, ferias—, sino desde la responsabilidad institucional. Hay modelos mixtos que intermedian entre el sector público y el privado.
Y luego existe el modelo local.
Que es el modelo sin modelo.
La vigencia del cortoplacismo electoral. Por esa razón permanece en el cajón la ley de los mecenas. Y por idénticos motivos la cultura se manosea en los discursos como un inventario de citas equivocadas y de arrogantes interpretaciones.
Esto solo demuestra la no cultura de nuestros políticos, que hasta se atreven a leer esos textos, esas frases; sin ninguna noción de lo que les han servido sus “cultos” escribanos.
Rubén Amón: Periodista antes que mayor de edad, ha recorrido todo el escalafón, todos los medios (prensa escrita, televisión, radio) y todos los géneros (crítico taurino, corresponsal, reportero de guerra, gacetillero musical, vaticanista, cronista deportivo, articulista) para terminar convirtiéndose en un híbrido entre el tertuliano y el ‘influencer’.
Adaptado de su mundo, al mundo local, que no es tan diferente.