La tragedia de Turquía ha conmocionado a sus vecinos y al resto del mundo. En ciudades griegas como Atenas y Salónica, los voluntarios recogieron alimentos, ropa para adultos y bebés, botiquines de primeros auxilios, analgésicos y otros medicamentos, mantas, sacos de dormir y dinero en efectivo para enviar a las zonas afectadas. Hasta el jueves pasado, Grecia había enviado 90 toneladas de ayuda a Turquía.
El letal terremoto del 6 de febrero costó la vida a más de 37.000 personas. Esto me recordó al mortífero terremoto de 1999 en ambos países. En Turquía murieron 17.000 personas en aquel siniestro, y 143 en Atenas. Los equipos de rescate griegos y turcos trabajaron juntos. Entonces como ahora, los ministros de Asuntos Exteriores griego y turco se reunieron y hablaron cordialmente, dando esperanzas de un cambio en las relaciones entre ambos países.
Con el mismo espíritu, la gente publica en Facebook, Twitter e Instagram fotos de equipos de rescate griegos y turcos uniendo sus fuerzas, o de griegos recuperando supervivientes de entre las ruinas.
La solidaridad entre ambos países se ha convertido en noticia de última hora en Occidente. La prensa extranjera habla de una nueva era entre estos dos viejos «enemigos». A menudo olvidan o desconocen la historia de estos países. Más allá de las guerras, las diferencias, el nacionalismo y su instrumentalización en beneficio político, están las personas.
Los medios de comunicación griegos que informan de la tragedia incluyen titulares como «Ola de solidaridad para la población de Turquía», «Puntos de recogida de ayuda humanitaria para las víctimas del terremoto en Turquía-Siria» y «El agradecimiento de los turcos en las redes sociales por la ayuda de Grecia».
La historia diplomática entre Grecia y Turquía es compleja y controvertida. Para un lector que intente desentrañar sus entresijos, se desarrolla como una espiral que te arrastra hacia abajo y te hace aterrizar de golpe. Más allá y por encima de la política están las personas; siempre lo están, aunque muchos lo olviden.