Coahuila está en el limbo de los seis meses que median entre las elecciones de gobernador y el cambio de estafeta. Será el relevo 19 entre militantes del mismo partido (PRI), pues la alternancia se volvió a frustrar. De lo contrario habría ebullición en vez de calma. El periodo resulta demasiado largo. No hay interregno, pero el gobernador Miguel Riquelme y Manolo Jiménez deben ingeniárselas para compaginar sus agendas sin generar celos ni conflictos. La relación entre las cabezas es cordial, pero las diferencias entre los mandos medios pueden escalar. Por de pronto no existen nubarrones en el horizonte.
Los tiempos para la transmisión del poder local y federal se han acortado, pero todavía son prolongados si se toma en cuenta que en la mayoría de los países es apenas de semanas. En Nuevo León y Tamaulipas, el lapso es de cuatro meses; en Estado de México y Durango, de tres y medio; y en Chihuahua, de tres. Para entrar en la misma dinámica, Coahuila tendría que reducir el mandato del próximo gobernador mediante cambios a la Constitución. La reforma político electoral de 2014 limitó el actual periodo presidencial a cinco años 10 meses por única ocasión. Andrés Manuel López Obrador terminará su gestión el 30 de septiembre de 2024, y quien le suceda cubrirá el sexenio completo a partir del 1 de octubre.
Riquelme dedica los últimos meses de su Gobierno a despedirse, a dar conferencias y a entregar la casa en orden. Ha dicho que no dejará obras inconclusas. Su predecesor Rubén Moreira inauguró los hospitales oncológico y materno infantil de Saltillo a bombo y platillo, pero eran puro cascarón. El proyecto Metrobús Laguna, iniciado en 2016, costó más mil millones de pesos, pero se abandonó entre denuncias de corrupción no investigadas. La infraestructura se vandaliza y deteriora. No hay recursos para repararla ni fecha oficial para poner en servicio el Metrobús. La inversión se desplomó en los 12 últimos años por la megadeuda, cuyo servicio rondará este año los 6 mil 700 millones de pesos, equivalente al 10% del presupuesto.
Manolo Jiménez, por su parte, ocupa el tiempo en planear los 100 primeros días de Gobierno y en bosquejar su gabinete. La costumbre de fijar metas inmediatas la inició el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt (FDR), en un contexto de emergencia nacional. FDR asumió el poder (1933) en la etapa más crítica de la Gran Depresión. El inicio turbulento de la administración rooselviana lo narra Adam Cohen en el libro Nada que temer: El círculo íntimo de FDR y los 100 días que crearon el Estados Unidos moderno. Agobiados por el desempleo, la falta de alimento y con la moral por el suelo, los estadounidenses esperaban resultados inmediatos. Roosevelt —a quien el presidente Andrés Manuel López Obrador homenajeó en Washington el 12 de julio de 2023— superó las expectativas. «Los primeros 100 días del “New Deal” han servido a los futuros presidentes para construir un liderazgo audaz y buscar la armonía entre el Ejecutivo y el Legislativo», escribe Anthony Badger, historiador de la Universidad de Cambridge, en FDR: los primeros 100 días. Roosevelt murió en abril de 1945 luego de haber jurado el cargo por cuarta ocasión, pero dejó ganada la Segunda Guerra Mundial. La marca de los primeros 100 días, inventada por Napoleón hace dos siglos, es hoy un mecanismo comunicacional utilizados por los políticos para producir acciones calculadas.