En su columna «Un acto de Dios», donde narra las peripecias del vuelo transatlántico que realizó para asistir al partido Necaxa-Athletic de Bilbao, en el cual el equipo mexicano «confirmó que en cien años ha perfeccionado el arte de perder», Juan Villoro atribuye el calentamiento global «a la rapiña humana». Por tal entiendo al capitalismo depredador y a la inconsciencia de quienes contaminamos el planeta sin el menor reparo. Del rapiña capitalista nadie escapa. Países, ciudades y pueblos, sean grandes o pequeños, la padecen y pagan por ello un alto precio. Las utilidades van a parar siempre a la oligarquías, a ese 1 por ciento que concentra la riqueza mundial. No les importa que «El dinero pase al correr por muchos lodazales» (Jacinto Benavente).
Saltillo, en su 446 aniversario, ha sufrido, al respecto, un atropello. Para muchos puede ser una tropelía menor, incluso una travesura. Sin embargo, un grupo de ciudadanos comprometidos con la ciudad lo ven de otra manera y están dispuestos a impedirlo. En defensa del nogal emblemático de la calle Sauce de la colonia Jardín, cuya edad ronda el medio siglo, hacen suyo el argumento de Villoro para impedir su destrucción. La trama debieron urdirla quienes desarrollan un proyecto inmobiliario presuntuoso, una isla para privilegiados. Un Manhattan en miniatura, podrían jactarse ridículamente algunos. El niño que murió en sus instalaciones por negligencia de los Midas, no pasa de ser un recuerdo incómodo.
La actitud de los colonos es plausible y su exigencia debe ser atendida sin dilación por las autoridades. Ellos invocan un argumento irrefutable: la raíz inmoral del cambio climático. No basta con instalar patrullas y apostar gendarmes en torno del nogal, cuya especie ocupa un lugar central en el escudo de armas de Coahuila junto a un sol que símboliza el inicio de la revolución en estas tierras. El imperativo consiste en sanarlo del ataque alevoso y protegerlo de la insania. También es necesario y perentorio investigar quiénes fueron los perpetradores y de quién provino la orden, a efectos de imponer las sanciones respectivas. No tiene vuelta de hoja. Pregúntese por los beneficiaros de acabar con un árbol que en vez de ocasionar problemas genera beneficios.
Quienes consideran al nogal un estorbo —por afectar sus interses— pasaron por alto la reacción cívica y ejemplar de los vecinos. Hombres y mujeres se turnan para abrazar el árbol y protegerlo de la codicia (rapiña). ¿Qué hacer si el nogal no soporta el envenenamiento? Plantar otro de inmediato, más joven, en el mismo lugar y dedicarle una placa. Si venales conspicuos las tienen —solo por tener poder, económico o político—, ¿por qué no un árbol cuya sombra, fruto y compañía han justificado su paso por la vida? Frente a la apatía de quienes todo lo toleran y aplauden, las voces que se rebelan contra el abuso de las élites, la indiferencia y la pusilanimidad, oxigenan el ambiente. Son ciudadanos indignados que defienden espacios comunes. Algunos los toman como propios y se arrogan el derecho de hacer con la ciudad lo que les venga en gana basados en su influencia. El Gobierno debe intervenir e impedir que se consuma el atropello.
En «El super poder del reino vegetal», el botánico e investigador Stefano Mancuso trata precisamente sobre la importancia de las plantas para revertir el calentamiento global. El autor de «El futuro es vegetal» y «La tribu de los árboles», lanza una crítica incontestable a los políticos por desdeñar y minimizar «el mayor problema de la humanidad a lo largo de su historia», al reducirla a la falta de lluvias y a las olas de calor. La charla de Mancuso puede verse en el programa Aprendamos juntos 2030 de BBVA (https://aprendemosjuntos.bbva.com). Por último, si el lector desea saber si Villoro, después de su peregrinar, llegó al partido Necaxa-Athletic, celebrado en Aguascalientes el 19 de julio, y cuál fue el resultado, puede remitirse a su columna (Reforma.21.23).