El Congreso fue por mucho tiempo apéndice del presidente y aún lo es en los estados donde los gobernadores tienen mayoría. Las cosas empezaron a cambiar en 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y los partidos de oposición, impulsados por el voto ciudadano, hicieron escuchar la voz de grandes sectores y a incorporar sus demandas en la agenda nacional. El desdén hacia las cámaras legislativas se observa en los altos niveles de abstencionismo registrados en las votaciones intermedias: 59% en 2003, 56% en 2009, 53% en 2015 y 47% en 2021. La participación aumenta en las elecciones generales, lo cual es normal en sistemas presidenciales plenos predominantes en América, donde Canadá y las Guayanas son la excepción.
La figura del diputado es de las peores evaluadas. Una encuesta telefónica del Congreso, levantada apenas el 6 de mayo, advierte que la Cámara de Diputados, las policías estatales, la televisión, los sindicatos y los partidos son las instituciones menos confiables. Uno de los efectos positivos de la última alternancia es la importancia que la ciudadanía empieza a darle a la separación de poderes, inexistente en los 70 años de la presidencia imperial, cuando el legislativo y el judicial estaban sometidos al ejecutivo. El relevo entre el PRI y PAN no generó conflictos mayores, pues sus agendas eran las mismas. Sin embargo, las reformas de Andrés Manuel López Obrador concienciaron a la ciudadanía sobre la necesidad de tener un Congreso fuerte, capaz de limitar al presidente. Esa función la cumple la Suprema Corte de Justicia de alguna manera, más por oposición a la 4T que por independencia y compromiso con el país.
Al mismo impulso democrático obedece que la participación ciudadana haya subido seis por ciento en los comicios de 2021, animada por la idea de regresar a los gobiernos divididos, donde el presidente no tiene mayoría en el Congreso. Empero, ni unidos el PRI, PAN y PRD pudieron desplazar a Morena y sus aliados (PT y Verde) como fuerza dominante en la Cámara de Diputados. El fracaso lo explica la obcecación de los partidos con los métodos del pasado. Las cúpulas y los clanes no solo están desconectados de la ciudadanía, sino también de la realidad. Ven la pérdida de afiliados y de apoyo en las urnas como algo temporal y no como signo de extinción. Mientras tanto Morena se consolida y Movimiento Ciudadano se perfila como la nueva alternativa electoral.
La pifia se ha vuelto a cometer en estas elecciones. ¿Quién votará por partidos que rescatan del museo del horror a fantasmas como Manlio Fabio Beltrones o reinciden en la postulación de perfiles con los antecedentes de Rubén Moreira, Alejandro Moreno, Marko Cortés y Ricardo Anaya? De acuerdo con una encuesta de Enkoll-El País, publicada el 23 de abril, el 49% «nunca votaría por el PRI para elegir presidente o presidenta de la república». En rechazo le siguen el PAN (19%), Morena (13%), PRD (7%) y MC (6%). Los mismos números podrían trasladarse a la elección de diputados y senadores.
En la competencia por el Congreso, Morena empezó con una ventaja de 31 puntos (46-15%) sobre la coalición PAN-PRI-PRD (Reforma, 19.03.24). Acerca de si el futuro presidente debe tener mayoría en la próxima legislatura, la preferencia por un Gobierno unificado pasó del 48% en diciembre al 55% en marzo. La opción de un Congreso que contrapese al ejecutivo bajó del 36 al 30% en el mismo lapso. Frente a las deficiencias del Gobierno de López Obrador pesan más la incompetencia de las oposiciones, la cortedad de miras de los grupos de interés y los escenarios sustentados en fantasías.