El movimiento para crear el estado de La Laguna se aletargó en el Gobierno de Miguel Riquelme, pero no desapareció, pues la voluntad de legiones fortalece sus raíces profundas; los agravios e imposiciones han sido acicates. Saltillo y Durango pasaron de ser ciudades escasamente pobladas y sin infraestructura, todavía a finales de los años 80 del siglo pasado, a grandes centros urbanos, donde la industria automotriz, en el primer caso, es una de las más fuertes de México. En ese lapso, Torreón y Gómez retrocedieron significativamente. Además del propósito obvio de proteger los intereses del moreirato, la candidatura de Riquelme a la gubernatura también pudo tener la intención de atemperar las demandas del estado 33. Sin embargo, en lugar de buscar equilibrios, se puso en manos de los grupos de interés de la capital y heredó el cargo al saltillense Manolo Jiménez.
Riquelme no respondió a las expectativas de ser el gobernador lagunero esperado por más de medio siglo (después de Braulio Fernández). La «megadeuda» —contratada en la administración de Humberto Moreira— y la férula de Rubén Moreira le impidieron realizar grandes obras, no solo en la comarca, sino en la entidad, y convertirse en el líder que sepultara al clan. Electo en un proceso impugnado por la intromisión del Gobierno de Rubén Moreira, que polarizó a los coahuilenses, Riquelme dedicó su sexenio a conciliar al estado y a mantenerse fuera del ojo del huracán en temas de seguridad y escándalos de corrupción.
El gobernador con uno de los mayores índices de aprobación del país, según las encuestas, siempre volátiles, reprobó también en las urnas como candidato a senador. El morenista Luis Fernando Salazar Fernández le ganó por una nariz en las elecciones de junio. La derrota sepultó el mito de que Riquelme era el nuevo jefe político del estado, puesto todavía hoy vacante. El moreirato se ha desvanecido. Humberto es una sombra y su hermano Rubén, un fantasma que deambula por el PRI y la Cámara de Diputados, cada vez con menos influencia. Morena es un huracán en el país, pero en Coahuila apenas es soplo debido a la falta de liderazgos y a su papel de satélite del Gobierno de turno.
El ex superdelegado Reyes Flores Hurtado, sustituto de Armando Guadiana en el Senado, devino caricatura. La designación de Américo Villarreal Santiago como delegado de Bienestar anticipa cambios. Coahuila es el único estado del país donde el PRI gobierna desde su fundación, en 1929. En su campaña para la presidencia, Claudia Sheinbaum llamó a los coahuilenses a buscar la alternancia y a subirse «a la ola de la transformación». En Coahuila Morena es la segunda fuerza electoral. El PAN ostentó por mucho tiempo esa posición y en 2017 estuvo a un paso de ganar la gubernatura con Guillermo Anaya. Hoy Acción Nacional es una parodia.
Después de probar con Riquelme, cuya gestión destinó 30 mil millones de pesos al servicio de la deuda, La Laguna se mira a sí misma y constata que el único camino para superar rezagos y dejar de depender de la capital es convertirse en estado. Las condiciones están dadas en esta zona donde concurren 20 municipios en torno al río Nazas, símbolo de unidad y fecundidad. Los duranguenses de la comarca también han sido abandonados por sus gobernadores. Sin embargo, dadas las circunstancias, Esteban Villegas, quien actualmente ejerce el poder, no pondría reparos en apoyar el estado 33. Bastaría un guiño de la presidenta Sheinbaum.