Un terremoto de 7,8 grados sacudió esta semana Turquía y Siria, con su epicentro en la ciudad de Gaziantep, una de las más afectadas. El recuento supera ya los 21.000 muertos y los 77.000 heridos.
¿Por qué es importante?
El fuerte seísmo ha sido devastador y ahora, días después de la sacudida, las esperanzas de encontrar supervivientes son muy escasas. Los más de 100.000 miembros de equipos de salvamento, el Ejército y voluntarios internacionales trabajan para liberar cadáveres de los escombros. La ayuda humanitaria está en camino, pero no hay apenas consuelo para los millares de familias que lo han perdido todo en dos zonas, Turquía y Siria, sacudidas por crisis económicas y por una guerra que llevar en marcha demasiado tiempo.
¿Consecuencias?
No hay responsables que buscar en esta tragedia. Tampoco nada a lo que agarrarse. El terremoto era imposible de predecir, por mucho que ya haya vendehúmos en redes sociales que aseguran que ellos ya avisaron. Ningún científico puede predecir un terremoto con fecha y hora, «ni se puede hacer hoy ni sabemos si vamos a ser capaces de lograrlo en algún momento», dicen expertos. Y menos el más mortífero en décadas y el más intenso desde 1939. La región tardará muchos años en volver a recuperar lo que era hasta hace dos semanas.