La misma invisibilidad cotidiana es la que permea las políticas públicas y la responsabilidad y acciones que cada uno de nosotros tiene que asumir para construir un mejor país.
En la última semana fui a dos eventos ciudadano-políticos, Sociedad Civil Organizada que le llaman. Uno de la derecha y uno de la izquierda, uno neoliberal y uno 4Tista, uno chairo y uno fifí (¿Qué les digo? Soy una argüendera todo terreno).
En ambos hablaron la crema y nata representativa de cada corriente.
En ambos los asistentes eran la crema y nata seguidora de cada corriente, agentes de cambio que les llaman.
En ambos se hablaron de decenas de cosas que se necesitan en México para resolver los problemas que nos aquejan.
Los discursos no podían ser más disímiles. Unos hablaban de cambiar el sentido, otros de meter el acelerador.
Eventos diametralmente opuestos hasta el momento en que acabaron los discursos y la gente (los convocados y arriba firmantes) se empezó a ir a sus casa/trabajos.
Nadie, ninguna persona se despidió, agradeció, es más, ni siquiera volteó a ver a la gente de servicio que ahí estaba. A los “polis”, a los hombre y mujeres de intendencia o limpieza que barrían y recogían la basura, a las mujer que limpiaba el baño, a los que repartían agua, a los edecanes, a los taxistas-ubers que los recogían.
Nadie. A ninguno. Pareciera que eran entes invisibles.
Y, ojo, no es que no se despedían entre ellos. Con beso en la mejilla, mujer-mujer / hombre-mujer, o con un fuerte apretón de manos y palmadita en la espalda, hombre-hombre. La despedida de rigor siempre y cuando fueran compinches, sin existir el más mínimo reconocimiento de la existencia de la gente que, parada a 20 cm, es percibida como “de servicio”.
No es algo que me sorprenda. Es un fenómeno tan cotidiano que se ha vuelto normal. En México los modales-de-Carreño son selectivos. El decir buenos días depende de la pirámide social. Esta invisibilidad es tan normal que las personas de limpieza ni siquiera esperan ser reconocidas en el saludo; es más, se sorprenden cuando alguien los incluye.
No me llama la atención el hecho en sí, pero estábamos en dos eventos cuyo eje rector, rollo que le dicen, era cómo mejorar México.
Se habló incansablemente de planteamientos sofisticados sobre la polarización y la necesidad de equidad y, aun así, en la práctica a nadie se le ocurrió la simple y sencilla noción de siquiera dignificar la presencia de aquellos con los que estamos polarizados y que no tienen igualdad y que estaban a 1 metro de distancia.
¿Cómo chingados podemos hablar de un país macroeconómicamente más justo si en lo micro no tenemos dos segundos para reconocer la presencia de aquellos que buscamos ayudar?
Y no, no es sólo de aquellos que viven en la cúspide de la pirámide del privilegio. En México falta subirse a un ladrillo para que aquellos que están medio ladrillo abajo se vuelvan inconsecuentes y los que están aún más abajo se vuelvan invisibles,
Y si, los problemas que nos aquejan son mucho más complejos que el “buenos días / gracias”.
O no.
Porque la misma invisibilidad cotidiana es la que permea las políticas públicas y la responsabilidad y acciones que cada uno de nosotros tiene que asumir para construir un mejor país.
¿Cómo pretendemos resolver sus problemas si ni siquiera podemos dignificar su simple presencia y tener la más mínima y básica educación de convivencia social?
Hace algunos años un general de la Marina Estadounidense, William McRaven, dio un discurso a estudiantes universitarios en donde les decía que si querían cambiar el mundo, empezaran por hacer su cama. El discurso tiene más de 20 millones de vistas.*
Parafraseo parte de su discurso:
Si quieres cambiar a México empieza por saludar a la Srita. de la limpieza y al policía de la esquina y al joven de intendencia .
Si los saludas, habrás cumplido con el primer paso para mejorar México. Puede ser un detalle mínimo y, al parecer, inconsecuente, pero, al hacerlo, marcarás la pauta y estarás listo para hacer otro pequeño cambio y otro y otro y otro y, al final del día, ese pequeño detalle será un cúmulo de pequeños detalles.
Además, en la vida son las pequeñas cosas las que importan; si no puedes hacer bien las pequeñas cosas no podrás hacer bien las grandes cosas.
Y si, por casualidad, algún día te sientes impotente y desesperanzado por el cambio que este país necesita, tendrás por lo menos la certeza de que con tu saludo le hiciste un poco mejor el día a alguien más.