Está en todas partes en las redes sociales, enviamos y recibimos cientos de ellas a través de las apps de mensajería y está en productos que van desde pelotitas antiestrés, hasta esponjas para lavar la loza y pastillas de sustancias ilegales.
Claro, los dos puntos negros y la línea curva son una abstracción de una cara humana sonriente. Y son una representación de la felicidad.
El origen del ícono
Caras humanas sonrientes más o menos abstractas han sido dibujadas desde hace miles de años.
Pero, aunque ha sido un asunto controvertido, hoy está más o menos claro que el primero en diseñar el famoso ideograma de la carita feliz fue el artista y diseñador estadounidense Harvey Ball.
Lo hizo en 1963 por encargo de Jack Adam, vicepresidente de una compañía de seguros de Worcester, Massachusetts.
Adam le pidió a Ball crear una imagen para mejorar la moral de sus empleados en un momento en que la empresa atravesaba una época de incertidumbre.
Ball, quien murió en 2001, dijo que le tomó solo 10 minutos crearla y que le pagaron US$45.
El salto a la fama
En 1967, David Stern, un publicista de Seattle, descubre las chapas de la carita feliz en Nueva York, y utiliza la idea para una campaña del banco University Federal Savings & Loan.
Para esa campaña se imprimieron cerca de medio millón de chapas con la carita feliz, según Stern. Fue un paso clave en su popularización definitiva.
Pero no es sino hasta que llega a Filadelfia, a las manos de los hermanos Bernard y Murray Spain, que la carita se convierte en un valioso activo.
Los Spain la rediseñaron en una caja de pizza y la pusieron en todo tipo de objetos: tarjetas, pósteres, camisetas, pocillos, lámparas y un largo etcétera.
Ya no les interesaba usar la carita feliz para vender seguros o préstamos, sino que vendían la carita misma.
Y como ni Ball ni Stern, ni la aseguradora de Worcester ni el banco de Seattle se habían preocupado por obtener los derechos de autor de la carita feliz, los hermanos aprovecharon ese vacío.
Registraron la carita junto a la frase Have a happy day (“Ten un día feliz”).
Por cuenta de ellos, llegó a las páginas de la revista The New Yorker en 1970 y a la portada de la revista Mad Magazine en abril de 1972.
Era un fenómeno del merchandaising.
Ganaron US$2 millones en apenas un par de años cuando despegó el negocio a comienzos de los 70.
A Harvey Ball, el creador original, no le interesó reclamar los derechos de autor.
En una conversación con el historiador William Wallace, Ball dijo que, cuando vio la carita en The New Yorker, supo que había hecho algo que había capturado la imaginación del mundo.