Existe una relación muy compleja entre las emociones y nuestra atención. Este tándem influye orientando nuestro proceso de atención hacia determinados estímulos concretos. Por ejemplo, cuando tienes hijos, por todos lados ves colegios, catálogos de juguetes, familias…
Entra también en juego el arousal, ese “termómetro” que influye sobre nuestra energía vital y estado de alerta, y que se relaciona de manera directa con la calidad de nuestra atención: hace que nuestra mente se active y que nuestros sentidos se agudicen. Un elemento crucial en la memoria que hace que las emociones de alta potencia –tanto positivas como negativas– eleven los niveles de intensidad y activación del organismo. Como ese estado de felicidad que vivimos cuando nos enamoramos. O la tristeza de perder a un familiar o a un amigo. Estos estímulos, asociados con mucha carga emotiva, son etiquetados como ‘muy significativos’ por nuestra memoria. Porque las asociaciones son la base del almacenamiento en nuestra memoria a largo plazo.
Gracias al arousal, nuestra mente, organismo y sentidos se activan y agudizan
La memoria, como ves, es un proceso individual fascinante. Pero, como vivimos en sociedad, nuestros recuerdos individuales se extienden a lo colectivo: seguro que tus padres recuerdan aquella noche de verano en la que el hombre pisó la luna. Y nosotros no podemos olvidar dónde estábamos en el momento en que caían las Torres Gemelas. Avanzamos como sociedad, en parte, gracias a los recuerdos compartidos, las narrativas históricas y los valores comunes.