En materia de seguridad ciudadana, Francia es una «anomalía». Esta es la observación de varios especialistas, preocupados por el aumento de los tiroteos mortales de la policía francesa en los últimos años. La cuestión volvió al centro del debate público tras la muerte de Nahel, un adolescente de 17 años al que la policía disparó el 27 de junio en los suburbios de París, tras negarse a detener su coche.
Este caso no es aislado. La policía francesa ha matado al menos a quince personas desde principios de 2022, debido a que las víctimas no acataron una orden de detenerse, mucho más que sus vecinos europeos. Según el investigador policial francés Sébastian Roché, Alemania solo ha registrado un tiroteo mortal contra un vehículo en movimiento en diez años. Sus cálculos muestran que, entre 2011 y 2020, la policía y la gendarmería de Francia mataron casi un 50% más que la policía alemana, y más de tres veces y media más que la británica. La víctima suele ser un hombre menor de 27 años, con nombre africano o que suena como norteafricano, que vive en un barrio obrero cercano a las grandes ciudades.
Hay varias razones posibles para esta «anomalía francesa». Investigadores y parlamentarios han señalado con el dedo la reforma de una ley en 2017, que flexibilizó el uso de armas de fuego por parte de los policías y multiplicó por cinco los asesinatos de personas en vehículos en movimiento en comparación con 2012-2016, según un estudio reciente. El informe también lamenta las deficiencias en la calidad de los candidatos que se presentan a la formación de agentes uniformados: casi uno de cada cinco aspirantes es admitido ahora en las filas policiales, frente a uno de cada cincuenta hace diez años.
El aumento de los tiroteos policiales mortales tiene graves consecuencias sociales. Corren el riesgo de ahondar la fractura que divide a la sociedad francesa en dos campos rivales: los que ponen el orden por encima de todo y los que denuncian el racismo y la discriminación que hay detrás de las muertes causadas por la policía.