Luis Echeverría es uno de los presidentes de quien más se ha escrito. Fallecido el 8 de julio pasado a los 100 años, quiso igualar e incluso superar al general Lázaro Cárdenas en política agraria. Casi lo logra, pues repartió 16 millones de hectáreas contra 20 millones del general. Pretendió, sin éxito, ocupar la secretaría general de la Organización de las Naciones Unidas y liderar el Tercer Mundo. Los fantasmas del 1968 (Tlatelolco) y 1971 (Jueves de Corpus) lo acompañaron hasta la tumba junto con sus secretos. Gobernar en el marco de la Guerra Fría le dio algunas ventajas. Observó el asesinato del presidente chileno Salvador Allende (1973), la caída de su homólogo estadounidense Richard Nixon (1974) por el escándalo Watergate y la consolidación de la Revolución cubana.
El político Echeverría y el tecnócrata Carlos Salinas de Gortari acariciaron la reelección; ilusión, en ambos casos, descabellada. Las crisis de mediados de los 70 y los 90 borraron los aciertos y magnificaron los yerros. Ambos entregaron al país en llamas y en medio de torbellinos financieros (devaluaciones, inflación, fuga de capitales…). El populismo y el neoliberalismo son igual de eficientes para polarizar y generar desigualdad. A Echeverría no se le acusó de corrupto. A Salinas se le representa con la figura de un roedor. El primero era estatista y el segundo vendió entre amigos las empresas del Estado.
Salinas, igual que Peña Nieto, pasó de héroe a villano en un abrir y cerrar de ojos. Con el agua a la boca, Salinas acusó a Echeverría de una campaña de «linchamiento» iniciada antes de concluir su mandato. Un presidente omnímodo, ¿víctima de «emisarios del pasado»? «Echeverría trató activamente de imponer un candidato de su grupo tras el crimen (de Luis Donaldo Colosio, cuyo expediente reabrirá la Fiscalía General de la República). Las presiones de la “vieja guardia” contra las reformas se “incrementaron dramáticamente”», denuncia en un comunicado dirigido a El País (04.12.95).
La réplica de Echeverría, concisa (a diferencia del texto dilatado de Salinas, según la nota de Maite Rico) e irónica, fue rotunda. «Ha dicho el señor licenciado Carlos Salinas de Gortari, que, en estos días, encabezo una ofensiva política en su contra. Afirma que “sus principales impugnadores recientes” los señores licenciados Augusto Gómez Villanueva, Porfirio Muñoz Ledo, Adolfo Aguilar Zísner e Ignacio Ovalle son coordinados por mí ya que fueron mis colaboradores. Lo fueron efectivamente, siempre con lealtad, hasta hace 19 años» (El Universal, 05.12.95).
Echeverría se mofa al final de la carta de su también megalómano predecesor: «Yo no coordino ahora a nadie, ni siquiera a mis hijos y a mis nietos, que son muchos, y que se hallan dedicados a sus profesiones, trabajos y estudios, afrontando sus respectivas responsabilidades. Nada está más lejos de la realidad de lo que opina el señor licenciado Salinas de Gortari”». El «villano de Agualeguas» tiene un enemigo menos, pero los vivos forman legión. Lo que hoy debe quitarle el sueño es la reapertura del caso Colosio, el cual, para muchos, constituye un crimen de Estado todavía impune.
El candidato presidencial del PRI se deslindó del salinato en su discurso del 6 de marzo de 1994 en el Monumento a la Revolución. Dos semanas más tarde «un asesino solitario» lo abatió en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana. La versión inicial del fiscal Miguel Montes fue la de una conspiración. «Acción concertada», la llamó. Lugo se desdijo. En premio recibió un asiento en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Salinas está en aprietos. ¿Volverá a exiliarse si acaso reside en México?