A pesar de todos los pesares seguimos agarrado de este aparato de día y de noche
Si estás aquí, es probable que pienses que pasas demasiado tiempo con el celular y que no tienes ninguna fuerza de voluntad: cada vez que quieres leer un libro o pasar más de una hora seguida concentrado en cualquier cosa —sea trabajar o ver una película— acabas mirando Twitter, contestando algún mensaje de WhatsApp o comprobando cuánta gente ha visto tu historia de Instagram. Y lo peor es que después ni siquiera te sientes bien, sino que tienes la sensación de haber perdido el tiempo.
Empecemos dejando algo claro: nada de esto es culpa nuestra.
Cuando intentamos pasar menos tiempo con el celular, nos enfrentamos a un aparato que contiene decenas de aplicaciones y webs programadas por ejércitos de ingenieros, con ayuda de gran parte de lo que sabemos sobre nuestro cerebro y sobre nuestras necesidades psicológicas y emocionales. Su objetivo es, precisamente, tenernos enganchados, en un bucle infinito de notificaciones y nuevos contenidos.
Es como intentar cruzar a pie una autopista de seis carriles. La pregunta no es «por qué no eres más rápido y más ágil», sino «por qué no hay más puentes para pasar al otro lado». No se trata de que no estemos preparados para la tecnología, sino más bien que esta tecnología se ha diseñado sabiendo que no lo estamos.
No se trata solo de recuperar nuestra atención y de evitar, en la medida de lo posible, las distracciones, sino también de establecer prioridades y reservarnos tiempo para lo que de verdad queremos hacer, aunque nos cueste más ponernos con ello. Sin olvidar, como decíamos, la responsabilidad de empresas y plataformas.
Comenzaremos deteniéndonos en ese dispositivo que llevamos a todas partes y con razón, porque es utilísimo. Gracias al celular, no nos perdemos nunca, estamos en contacto con nuestra familia y podemos leer libros y periódicos.
Pero también es una de las mayores fuentes de malestar y de incomodidad, debido sobre todo a una relación de dependencia que nos lleva a actitudes como las siguientes:
- Lo primero que hacemos al despertar y lo último que hacemos al acostarnos es mirar el celular.
- Lo tenemos siempre cerca y no nos atrevemos a salir a la calle sin él.
- Desbloqueamos el celular en torno a un centenar de veces al día, no sea que nos hayamos perdido algo, aunque sabemos perfectamente que eso no pasa casi nunca.
Esto no sería un problema si todo fueran consecuencias positivas y el celular nos trajera felicidad cada día, pero como recoge la psicóloga Catherine Price en su libro How to break up with your phone, el uso elevado del celular, “sobre todo para las redes sociales” está asociado con efectos negativos en nuestra “autoestima, impulsividad, empatía, identidad personal e imagen propia, así como en problemas de sueño, ansiedad, estrés y depresión”.