Helena Farré Vallejo, escribe para El Español sobre la caída de la felicidad en los jóvenes, que están empezando a ser más infelices que sus mayores.
En un mundo donde confiamos en informes y estudios sociales como si fueran oráculos que nos revelan nuestra realidad, la tendencia creciente hacia la infelicidad de los jóvenes se vuelve una preocupación cada vez más evidente. El reciente World Happiness Report ha generado alarma al evidenciar que los jóvenes, en comparación con generaciones anteriores, están experimentando niveles de infelicidad más altos.
Este declive en la satisfacción de los jóvenes se observa especialmente en países como Estados Unidos, donde desde 2017 se ha notado un cambio significativo en la dinámica intergeneracional. No obstante, esta tendencia no es exclusiva de una nación, sino que se está extendiendo por Europa y otras partes del mundo. Las causas de esta creciente infelicidad son diversas y complejas.
Entre los factores que se barajan para explicar este fenómeno se encuentran la crisis de acceso a la vivienda, políticas gubernamentales que parecen favorecer a generaciones mayores en detrimento de los jóvenes, el estancamiento de los salarios y la crisis climática, que ha generado una ecoansiedad palpable. Además, las redes sociales, si bien conectan a las personas, también pueden amplificar los problemas y generar una sensación de insatisfacción constante.
Sin embargo, hay un aspecto más profundo en juego. Históricamente, se ha asumido que los jóvenes tienen una visión más optimista de la realidad, mientras que los mayores tienden a ser más pesimistas. No obstante, en la actualidad, esta suposición parece estar cambiando. Los jóvenes de hoy enfrentan una especie de paradoja: aunque tienen más comodidades y oportunidades que generaciones anteriores, también experimentan una creciente sensación de insatisfacción y ansiedad.
Esta insatisfacción puede atribuirse a la búsqueda constante de más, alimentada por una cultura que fomenta el consumo y la competencia desmedida. Parece que cuanto más tenemos, más queremos, y esta mentalidad puede conducir a una espiral de infelicidad perpetua. El filósofo Arthur C. Brooks señala que la clave para la felicidad radica en el disfrute, la satisfacción y el sentido.
En este sentido, la sociedad contemporánea enfrenta un desafío: la pérdida de un sentido compartido de propósito y moralidad. El relativismo extremo ha erosionado la confianza en valores universales, dejando un vacío existencial que alimenta el nihilismo y la falta de esperanza. Como resultado, las personas buscan desesperadamente algún tipo de guía moral, incluso si eso significa autoflagelarse por privilegios percibidos o imponer esa culpa a otros.
Esta cultura de la culpa y la victimización ha permeado profundamente en la psique de los jóvenes, creando un ambiente donde la infelicidad parece casi obligatoria para aquellos comprometidos con las causas sociales. En este contexto, la búsqueda de la felicidad se ve obstaculizada por una constante sensación de insuficiencia y la presión de destacar en una sociedad obsesionada con la individualidad y la diferencia.
Sin embargo, Brooks sugiere que quizás la clave para recuperar la felicidad radica en abandonar la obsesión por ser especiales y en cambio, enfocarse en cultivar relaciones significativas, contribuir al bien común y encontrar un propósito que trascienda el egoísmo individual. Al final, la felicidad puede encontrarse no en la búsqueda interminable de la perfección personal, sino en la aceptación de la humanidad compartida y en el compromiso con valores más elevados. Es hora de dejar de lado la búsqueda de lo extraordinario y abrazar lo simple: la búsqueda de la felicidad en la vida cotidiana.
Helena Farré Vallejo
Lectora. Escritora. Cuentista. | En: Aceprensa | Opinión en El Español | En Planta34 |Una pregunta, literal