La corrupción del sistema y la desnaturalización de sus fines viene de esa acumulación del mando en unas solas manos
En la vorágine de la actualidad, la política parece haber perdido su brújula ética. La constante sucesión de controversias y la polarización han eclipsado el verdadero problema: la desconexión entre la actividad política y la ética. Lo que una vez fue un medio para transformar la realidad se ha convertido en una estrategia para alcanzar el poder, relegando los principios éticos a un segundo plano.
En este tiempo de campañas políticas se ha evidenciado esta dinámica, donde los relatos seductores prevalecen sobre los aspectos de mayor carácter ideológico. A pesar de las muchas promesas de regenerar la ética política, la realidad es que las prácticas clientelistas y la concentración de poder en manos de unos pocos han alcanzado niveles alarmantes.
La falta de contrapesos y el desmantelamiento de los controles internos han exacerbado la corrupción sistémica. Este deterioro ético se refleja en la falta de rendición de cuentas y en una mentalidad donde el fin justifica los medios.
Es imperativo reflexionar sobre la necesidad de restaurar la integridad y los valores éticos en la política, en lugar de permitir que la ambición y la manipulación dicten el curso de los acontecimientos.