La atención política empieza a cambiar de foco. Frente a la proximidad de la elección presidencial y de un resultado en apariencia previsible, la cuestión es si Claudia Sheinbaum tendrá mayoría absoluta o calificada en el Congreso. De ocurrir lo primero, Morena y sus aliados (PT y Verde) conservarían el control del presupuesto de egresos de la federación y podrían aprobar y modificar leyes secundarias. El segundo escenario les permitiría reformar la Constitución sin el voto de las demás fuerzas políticas. Con los comicios generales en puertas y sin que los debates incidieran en las intenciones de voto, la ventaja de la exjefa de Gobierno de Ciudad de México la perfila como la sucesora de Andrés Manuel López Obrador.
Los electores suelen votar por el partido gobernante para dos periodos o más, salvo en casos de administraciones desastrosas, vistas así por el grueso de la población y no solo por los grupos de interés. Sucede en Estados Unidos, Canadá, Brasil, Chile, Argentina y otros países donde hay reelección e incluso en el nuestro, donde no está permitida. También pasa que líderes bien evaluados como Ernesto Zedillo, Bill Clinton y Barack Obama sean reemplazados por militantes de un partido distinto. En el primer caso fue por el deseo de cambio y el hartazgo hacia el PRI; y en el segundo, por tradición democrática. La apuesta no funciona siempre. George Bush, relevo de Clinton tras unas elecciones controvertidas, resultó ser uno de los presidentes más nefastos.
Al PRI le resultó imposible ejercer el poder por dos mandatos consecutivos después de la alternancia de 2000. El fiasco de la presidencia de Peña Nieto profundizó la crisis del viejo partido hegemónico. El PRI es hoy la tercera fuerza política y la población de los únicos estados a su cargo (Coahuila y Durango) no alcanza los seis millones de habitantes. El PAN ligó dos periodos. Vicente Fox pudo trascender y reducir al PRI a cenizas según lo había prometido, pero la falta de juicio y de oficio le hicieron naufragar junto con su partido. Fox victimizó a Andrés Manuel López Obrador y le colgó a Felipe Calderón el sambenito de «presidente ilegítimo» por entrometerse en las elecciones de 2006 para impedir el triunfo de la izquierda.
Bajo la misma lógica, el statu quo se opone ahora a Sheinbaum y a su agenda política, contraria a sus intereses. Claudio X. González, uno de los 50 mexicanos más ricos del país (Forbes, 2023), gestionó el frente PAN-PRI-PRD para evitar que Morena conserve la presidencia y dé continuidad a la 4T. Por trayectoria y experiencia en el servicio público, la mejor opción opositora para afrontar a Claudia Sheinbaum era Beatriz Paredes, pero fue descartada por significar un riesgo para las élites. Xóchitl Gálvez obtuvo la nominación por su afinidad con los grupos de poder como se pudo observar en el debate del 28 de abril al bosquejar sus propuestas económicas. La candidata de la alianza «Fuerza y Corazón por México» («oxímoron tan extremo como el de los partidos que la componen», Jorge Volpi, dixit) perdió la brújula y el «efecto Xóchitl» no tardó en evaporarse.
Las facciones adversas a la 4T intentan disuadir el voto por Sheinbaum por todos los medios. Lo mismo que en 2006 y en cada campaña, federal y local, invierten en las campañas y luego cobran favores e imponen condiciones. Para intimidar a la población con el cuento del fin del mundo si AMLO se sale con la suya y Sheinbaum ocupa la silla del águila, vuelven a asustar con el petate del muerto. Sin embargo, como el arroz de la sucesión parece ya estar cocido, según advierten analistas incluso contrarios al caudillo y su movimiento, el «plan B» de la oposición consiste en hacerse con la mayoría en el Congreso. Si la presidencia es para Morena, entonces al menos que el PRIAN controle la próxima legislatura. Otra misión imposible.