Pilar Vázquez Requejo “Pilito” es producto de una familia que dedicó su vida al campo. Sus hermanos mayores y su papá trabajaron la tierra, en ese contexto vivió su niñez. Le tocó disfrutar del agua abundante que había en el pueblo, bañarse en la acequia de la orilla de agua y en los manantiales de Viesca. Disfrutó los hermosos atardeceres. Decía que era un maravilloso oasis, un lugar de ensueño y que nunca pasó por su mente que fuera a terminarse esa impresionante belleza y abundancia. Platicaba con tristeza, con lágrimas en sus ojos, cómo era Viesca y sus alrededores. Un paraíso. Nació en Viesca el 12 de octubre de 1919 y murió el 15 de febrero del 2012. Sus padres fueron Juan Vázquez Escobedo e Isidra Requejo Nuncio. Fue el cuarto hijo del matrimonio Vázquez Requejo. Sus hermanos mayores fueron: Porfirio (nació en 1911), Tobías (23 de abril de 1914) y Luisito. Todos muy longevos.
Creció por la orilla de agua, al lado de Leandro Rosales “el Coaguila”. Su casa abarcaba desde la calle Dr. Francisco González hasta la Venustiano Carranza. Tenían grandes huertos de traspatio. Desde niño ayudó en el trabajo agrícola a su papá. Ahí aprendió a sembrar y cosechar cebolla de rabo, tomate, chile, zanahoria, ajos, calabaza, frijol, camote, maíz, chile chilaca, nopalitos, cañas, así como frutos: granadas, higos, nueces, aguacates y zapotes. Cuando levantaban la cosecha, Pilito salía a vender los productos por la tarde, descalzo y con sus pantalones parchados, así se andaba en aquellas épocas. Sus padres se preocuparon por enviar a sus hijos a la escuela para que fueran letrados. Los inscribieron en la Escuela Primaria Andrés S. Viesca. Pilito culminó su educación primaria. Aprendió a leer y escribir, lo que era un gran logro para esos tiempos, pues no cualquier niño o niña del pueblo lo conseguía.
Combinaba el estudio con el trabajo de campo y salía a vender lo que cosechaban. Eso le permitió adquirir habilidades de negociante. Cuando terminó la primaria, ya no siguió estudiando, pues debía ayudar a sus papás en las cuentas y en el trabajo. Al cumplir 18 años se fue a Estados Unidos de Norteamérica. Comenzó a trabajar en los campos agrícolas por los conocimientos adquiridos desde niño. Se emocionó y pensó que era su gran oportunidad para tener una mejor calidad de vida para él y sus papás. Le fue muy bien, pudo enviarles dólares y juntar dinero para su regreso. Le pagaban por horas, por hacer lo que más le gustaba: sembrar y cosechar. En EU procreó un hijo, pero cuando el contrato laboral terminó se tuvo que regresar a Viesca y, como ya no le fue posible regresar al norte, perdió contacto con la novia y el hijo. Siempre los recordaba, de hecho, nunca buscó otra pareja porque él quería regresar y formar una familia. Con sus ahorros compró una casa en el centro donde puso una frutería y también compró una camioneta blanca, con la que acudía a comprar más verdura y frutas al mercado de abastos de Torreón, Coahuila. Desde niño quería tener su propio negocio. Lo logró. Luego compró un carretón de dos ruedas y su famoso “Zafari”, un burro muy obediente.
Por la tarde recorría las calles del pueblo en su carreta tirada por el “Zafari” llena de frutas y verduras, además de un bote de cuatro hojas con cajeta con la que preparaba unos riquísimos barquillos. De igual forma, vendía un delicioso camote, cocido con leche. El olor a humo lo hacía único y lo endulzaba con miel de piloncillo. Les fiaba a sus clientes, anotaba los adeudos en una libreta y el día de raya les cobraba. También Luisito, su hermano, recorría el pueblo cargando dos botes de cuatro hojas soportados en sus hombros sobre un leño. Gritaba: “brillantina y crema sueltos”, y la gente salía con su frasco a comprar un peso de crema o brillantina.
A la vez criaba cerdos que vendía en pie o por kilos de carne y en chicharrones. Cuando ya no pudo criar cerdos, ni atender su frutería, guardó su carreta y al famoso Zafari lo atendió hasta el último momento. Zafari murió por la edad. Fue un burro bien cuidado. Sin Zafari, Pilito compró un carrito que jalaba caminando por el pueblo y una canasta en la cual ofrecía semillas, chocolates y dulces. Los fiaba y anotaba en su cuaderno, pero hubo quienes ya no alcanzaron a pagarle. La vida de Pilito fue de puro trabajo, de reinventar sus negocios y nunca dejarse vencer por la sequía.
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