Las elecciones presidenciales en puertas marcarán un hito en la historia del país. Las mujeres romperán el techo de cristal después de 69 años de haber votado por primera vez en un proceso federal. Una de ellas ostentará la jefatura de Estado y de Gobierno a partir del 1 de octubre de 2024. México se adelantará así a Estados Unidos, una de las democracias más sólidas del mundo. Claudia Sheinbaum empieza la carrera como favorita después de superar a los demás aspirantes de Morena y de los partidos Verde y del Trabajo. Sacada de la chistera por los grupos de interés reunidos en el Frente Amplio (FA), Xóchitl Gálvez, carga con el desprestigio del PRI, PAN y PRD. El «ejercicio ciudadano» para nombrarla candidata devino en farsa. La consulta era la piedra de toque, pero se obvió para neutralizar a Beatriz Paredes, por mucho el mejor perfil opositor.
El PRI traicionó a su expresidenta, acaso la mujer con mayor trayectoria política y experiencia en el servicio público en activo. Gálvez es la versión femenina de Vicente Fox, en cuyo Gobierno dirigió la Comisión de los Pueblos Indígenas, sin grandes resultados. A quienes la cuestionan por la forma cómo se hizo con la candidatura del FA, la empresaria hidalguense podría afrontarlos con la frase lapidaria con la cual Felipe Calderón defendió su victoria dudosa en las elecciones de 2006: «Haiga sido como haiga sido». El ardid no la deslegitima, pero lastrará su campaña. La oscuridad que se cierne sobre la senadora con licencia tiene un doble origen: los nubarrones de tormenta y la bandada de buitres y vampiros que buscan las mayores tajadas de un triunfo (improbable) o de un fracaso (anunciado).
Es la primera vez que el PAN, PRI y PRD postulan un candidato común, en este caso a una mujer, pues por separado estarían derrotados de antemano. Pensar que con el FA —apadrinado por los grupos de poder— les irá mejor es una quimera. La crisis de la partidocracia se profundizó en los cinco últimos años. La fuga de simpatizantes y cuadros en los partidos azul, rojo y amarillo no cesa. El líder de Acción Nacional, Marko Cortés, es un perdedor; y el tándem de Alejandro Moreno y Rubén Moreira, el más infame. El PAN es un remedo de oposición y el PRI quedó reducido a escombros.
El Frente Amplio ofreció a las oposiciones la posibilidad de presentarse ante el electorado con piel de cordero, pero las maniobras para imponer candidata, en desacato a sus propias reglas, delataron su naturaleza y sus verdaderas intenciones. Las burocracias partidistas cometieron un error de cálculo al pensar que podían sacudirse a Paredes con la misma facilidad como lo hicieron con Santiago Creel (PAN), Enrique de la Madrid (PRI), Miguel Ángel Mancera y Silvano Aureoles (PRD). La opinión pública no pasó por alto el desliz.
La apuesta de la partidocracia, del gran capital y de las élites por Gálvez no es de balde, pues con ella en la presidencia sus intereses estarían a salvo y volverían a incidir en las decisiones del Gobierno. La coordinadora del Frente Amplio empieza a ser percibida en algunos sectores como una candidata débil, manipulable y sin la fuerza necesaria para encabezar un proyecto propio. Paredes, la candidata sacrificada, es la Camacho Solís de Luis Donaldo Colosio en la sucesión de 1994, aunque en otro contexto. La exembajadora de México en Cuba está curtida en las luchas políticas. Roberto Madrazo le robó la presidencia del PRI en 2002 en unas elecciones internas plagadas de irregularidades. Cinco años después se convirtió en la segunda presidenta electa de ese partido. En 2012 perdió la jefatura de Ciudad de México frente a Miguel Ángel Mancera (PRD). También pudo haber ser sido candidata presidencial, pero Alejandro Moreno, como antes Madrazo, le jugó sucio. Beatriz era un peligro para el frente opositor y su cerebro, Claudio X. González.