Escribir de Óscar Wong es escribir de periodismo en la concepción más pura y elevada. La que lleva «a los infiernos para entrevistar al diablo» como lo hizo Julio Scherer al internarse en la sierra donde se encontró con Ismael «el Mayo» Zambada. Oficio para la cual, en palabras de Ryszard Kapuscinski, los cínicos no sirven, pues es para gente buena, no ruin ni fanfarrona. Óscar Wong es un maestro al que muy pocos alumnos, entre los cuales me incluyo, han logrado superar.
Del periodismo nadie se retira, excepto quienes tienen su corazón en otra parte. Óscar se mantiene atento a los sucesos relevantes del día a día. A él recurren colegas nuevos y de la vieja guardia; aquellos en busca de orientación y consejo; estos para recordar las épocas de cuando el periodismo se ejercía con rigor, compromiso y sin afanes protagónicos. Hombre erudito, humilde y espléndido conversador, Óscar tiene otra cualidad: la de reírse de sí mismo. Observa la vida y el oficio con serenidad, tal cual son. La primera, por su brevedad, para disfrutarla y aceptar sus alegrías y sus tristezas; y el segundo, como vocación y privilegio de servir a los demás, sobre todo a los indefensos, sin esperar recompensa.
A Óscar lo conocí mientras tomaba un respiro en mi turno de reportero de guardia del periódico La Opinión de Torreón, escuela de periodismo. Él caminaba por la acerca de la calle Falcón en compañía de Eduardo Elizalde, uno de los mejores reporteros del estado y mi primer maestro. Sus análisis políticos movían montañas y cambiaban escenarios. Lo primero que llamó mi atención fue el atuendo jarocho de Óscar: guayabera blanca y paliacate rojo. La nuestra fue una amistad a primera vista. El tiempo se encargó de unir nuestros caminos y de convertirnos en hermanos. Juntos cubrimos campañas políticas y giras de presidentes y gobernadores. Tengo a la vista una fotografía donde estamos con el gobernador de Texas, Bill Clements, al término de una visita de su amigo y homólogo Óscar Flores Tapia. También está otro camarada entrañable: Carlos Robles Nava.
Hombre íntegro y sin recámara, Óscar tiene el afecto y el respeto de sus compañeros y de los hombres del poder. No de balde. Es fruto de una trayectoria ejercida con dignidad y pensamiento crítico, desprovista de artificios, inspirada en principios y valores. Óscar ha cumplido al pie de la letra la máxima de Francisco Zarco según la cual el periodista no puede escribir como tal lo que no pueda sostener como hombre. El periodismo sin periodistas es parodia. Óscar lo enaltece y su ejemplo prueba, de manera fehaciente, que el oficio, practicado con apego a la verdad, desenmascara y libera a la sociedad de ataduras. El periodismo, sin embargo, no vive sus mejores tiempos, pues se utiliza como arma arrojadiza para manipular y tender cortinas de humo. Sin introspección, autocrítica ni amplitud de miras, es un faro apagado.
Reacio al aplauso, el único modo de homenajear a Óscar Wong era tomarlo por sorpresa. Este viernes llegó a la sala Emilio J. Talamás de la UAdeC con la idea de acompañar a un colega a la presentación de su nuevo libro. El propósito era uno aún mayor: expresarle el reconocimiento y cariño de amigos y periodistas por su fecunda y ejemplar carrera. La iniciativa de José Mena, Rosy del Tepeyac Flores —uno de los mayores tesoros de don Óscar Flores Tapia— y Ricardo Mendoza también los honra a ellos. ¡Gracias, amigo personal!