Andrés Manuel López Obrador prepara a ciencia y paciencia la entrega del poder. Los presidenciables están en campaña mientras las oposiciones buscan al suyo con la lámpara de Diógenes y dan palos de ciego. El nombre de quien aparezca en las boletas y eventualmente se convierta en sucesor —hombre o mujer— se conocerá el 6 de septiembre. A día de hoy hasta los más escépticos dan por sentado a regañadientes el triunfo de Morena. La 4T sigue en pie a pesar de sus pifias y de los embates lanzados desde el principio de la administración por los poderes fácticos, Gobiernos extranjeros y empresas multinacionales. El PRI, PAN y PRD brillan por su ausencia. Divorciada de la sociedad y encerrada en sus intereses, la partidocracia permanece hundida en la crisis poselectoral de 2018.
El PRI tiene en su fase terminal a la dirigencia más infame. Alejandro «Alito» Moreno y Rubén Moreira cavaron la tumba del dinosaurio en agosto de 2018, cuando tomaron al PRI por asalto y provocaron una avalancha de renuncias. José Narro, exrector de la UNAM y exsecretario de Salud; Rogelio Montemayor e Ivonne Ortega, exgobernadores de Coahuila y Yucatán; y la periodista Beatriz Pagés, hicieron la maleta antes del entierro formal. Facciones de diputados, senadores y exgobernadores han demandado la renuncia del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), pero olímpicamente han ignorado; y en algunos casos, reprendidos. Moreno destituyó Miguel Osorio de la coordinación de los senadores del PRI por «rebelde».
La gestión de Moreno debía terminar en agosto próximo, pero modificó los estatutos para extenderla hasta 2024. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación validó el atraco. Alito trata de repetir el ardid de su mentor Roberto Madrazo, quien, como líder del PRI, impuso su candidatura para la presidencia en 2006. Andrés Manuel López Obrador (PRD) superó a su paisano por 5.4 millones de votos en esa elección y estuvo a punto de vencer a Felipe Calderón. Moreno se aferra a la jefatura partidista con uñas y dientes a efectos de nombrar candidatos a diputados y senadores el año próximo. Sin embargo, tras la debacle del 4 de junio arreciaron las presiones para desembarazarse de la cúpula priista debido a su incompetencia.
Moreno y Moreira detentan la jefatura del CEN desde agosto de 2019. Entonces el PRI era todavía un partido fuerte, pues gobernaba la mayoría de las entidades: doce, entre ellas Estado de México (Edomex), Sonora y Oaxaca donde se concentra el 22% de la población nacional. En cuatro años, la vieja hegemonía quedó hecha añicos. Coahuila y Durango, únicos estados abanderados ahora por el PRI, representan al 3.2% del censo. La población gobernada por Morena en 23 estados, incluido Edomex, subirá al 70%. El PAN ostenta el poder en cinco regiones (8.6% de los mexicanos), pero Movimiento Ciudadano, con solo dos (Nuevo León y Jalisco), dirige a más habitantes (11.2%).
El PRI no tiene salvación ni escapatoria. Tomarse a sí mismo como alternativa para la presidencial resulta patético. «La historia», escribió Marx, «ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». El perfil y los escándalos de corrupción y enriquecimiento de Alejandro Moreno, ventilados por la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, en el programa «Los Martes del Jaguar», lo pintan de cuerpo entero. La incapacidad y entreguismo de la dupla Moreno-Moreira terminaron de aniquilar al PRI. Hoy el partido fundado por Plutarco Elías Calles es satélite de Morena y peón del presidente López Obrador. AMLO lo conoce cual la palma de la mano. Basta estirar los hilos para moverlo según sus intereses. El dinosaurio tricolor ha dado paso a uno guinda, impulsado por la ola de la 4T y su caudillo.