El gobernador Miguel Riquelme guardó las formas con los alcaldes de oposición. No los hostilizó como Humberto Moreira lo hizo con los del PAN y Rubén incluso con los de su propio partido. Los desaires y desplantes del actual coordinador de la bancada del PRI en la Cámara de Diputados a Jericó Abramo y a Isidro López se los hizo a Saltillo. Para enfatizar su antipatía, no asistió a sus informes, pero sí los espió, la Feria del Libro la trasladó a Arteaga, desvió programas e inversiones, escamoteó participaciones y ceremonias y visitas importantes prefirió celebrarlas en Torreón, Ramos Arizpe y otras ciudades. Riquelme optó por tener la fiesta en paz y mantener los equilibrios regionales. Además, como exalcalde, sabe lo que es lidiar con un lunático. Las circunstancias políticas y presupuestarias tampoco le permitían gastar la pólvora en salvas.
En ese contexto, los alcaldes electos en junio pasado (la mayoría del PRI) asumirán el cargo este 1 de enero. Dos años acompañarán a Riquelme, y uno a quien le suceda en 2023. ¿En qué condiciones tomarán sus respectivos muni- cipios? Antes, una digresión: ninguna ciudad, estado o país es obra de un solo hombre ni se construyen en una sola administración. Pueden mejorar, estancarse o empeorar, eso sí. («Roma —recuerda el adagio— no se hizo en un día»). Ciudades, estados y países son el resultado de la actividad y esfuerzo de generaciones. También de sus Gobiernos, al margen de su signo partidista, con sus aciertos y desatinos.
José María Fraustro recibirá Saltillo con un liderazgo industrial consolidado a través del tiempo, servicios públicos de calidad en términos generales y bien calificado en las mediciones nacionales. Ningún Gobierno empieza de cero ni resuelve todos los problemas. Ser alcalde de la capital tiene la ventaja y desventaja, según se vea, de tener la atención del gobernador, por ser su residencia. Pues, por grande que sea la ojeriza contra el alcalde (como la de Moreira II con Jericó y Villarreal), debe cuidar la seguridad, la infraestructura y la relación con la oligarquía, experta en llevar agua a su molino. La sede de los poderes públicos es el escaparate, la imagen que se ofrece al país. Sobre esa base, con un plan de Gobierno objetivo (no personalista) y con el apoyo de Riquelme, Fraustro puede realizar un buen Gobierno; y también, por qué no, acceder a responsabilidades mayores. Sin embargo, deberá atarle las manos a Aguas de Saltillo. La trasnacional francesa Suez pretende eternizarse aquí (el negocio es lucrativo) pese a quien pese.
El caso de Román Cepeda en Torreón es distinto. Recibirá una ciudad con menos rezagos en obras y servicios de la que asumió Jorge Zermeño, lo cual, de entrada, le quitará presiones. Ganar Torreón le permitió a Riquelme sacarse la espina. Ahora, en la parte final de su sexenio, puede dotar a la ciudad que gobernó entre 2015 y 2017 de la infraestructura urbana necesaria para impulsar su desarrollo. Desatorar el Metrobús Laguna debe ser su primera prioridad. El proyecto no ha pasado de ser un elefante blanco en constante deterioro; mientras más tarde en operar, mayor será su costo económico y político. También falta mucho por hacer en drenaje, pavimentación, alumbrado y equipamiento. La relación del gobernador con el alcalde saliente ha sido cordial e incluso ha reconocido públicamente su trabajo. Gesto impensable en los Moreira, quienes preferían dirimir sus diferencias en «el callejón de los trancazos». Con Cepeda habrá mayor colaboración y apoyo, sin duda, pero si el alcalde desea ser tomado en cuenta por Riquelme en la sucesión de 2023, también deberá —como Fraustro— dar resultados en el corto plazo.