Porfirio Muñoz Ledo fue un líder controvertido y disruptivo. La incipiente transición mexicana, anclada todavía en la alternancia, no se explica sin las aportaciones de un político de su talento, ingenio y conocimiento del mundo y de la historia. En un país donde la bufonada, la mezquindad y la grisura infestan el escenario, mentes como la suya incomodaban y causaban celo, pero también admiración. Su comportamiento a lo largo de 60 años en la arena pública fue un mentís a la idea —sustentada en escandalosos memorables— según la cual todos los políticos son corruptos. La máxima del estadista francés Charles de Gaulle, en el sentido de que «La autoridad no funciona sin prestigio, o el prestigio sin distancia», la siguió al pie de la letra.
Líder y fundador de instituciones políticas y culturales, el currículum de Muñoz Ledo quedó incompleto, pues le faltó ser presidente. En 1976 figuró entre los aspirantes a la silla del águila, pero Luis Echeverría optó por un sucesor de retórica efectista y lágrima fácil, José López Portillo. Muñoz Ledo planeaba emprender la transformación México, basado en los principios de la revolución social de 1910 que tanta oposición suscitan todavía hoy. En una conversación con Espacio 4, Porfirio —cuyo solo nombre era una provocación en un país donde la historia oficial sataniza a unos héroes y honra a villanos— advirtió que a las oposiciones les faltó valor para «estirar la liga» e impedir la imposición de Carlos Salinas de Gortari tras el fraude electoral de 1988.
Ideólogo de la talla de Jesús Reyes Heroles y promotor de una de las reformas políticas de mayor calado, posterior a la de 1977, diseñada por el tuxpeño, Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas iniciaron la demolición del partido hegemónico y relanzaron a la izquierda con su separación del PRI en 1987. Como resultado de ese proceso, la alternancia llegó 12 años después con el triunfo de Vicente Fox. Muñoz Ledo era candidato el PARM, pero declinó en favor del panista para impulsar juntos el ansiado y postergado cambio de régimen. Sin embargo, Fox no estuvo a la altura de las circunstancias. El «Gobierno del cambio» naufragó y la alternancia decepcionó a la mayoría.
Muñoz Ledo se distanció también de Andrés Manuel López Obrador, pues oteaba el futuro sin dogmas ni barreras, mientras los presidentes lo hacen con orejeras. El mejor homenaje a su legado es el reconocimiento de todas las fuerzas políticas. En la coyuntura de una sucesión presidencial donde asoman intereses antes embozados, cuya intención no es tanto fortalecer la democracia y construir un país justo e igualitario, como recuperar privilegios, poder político y revertir las políticas sociales, se pondera al Muñoz Ledo crítico de López Obrador. Sin embargo, es el mismo que renunció al PRI por antidemocrático y denunció a sus dirigentes por venales; quien acusó al PAN por ser cómplice del sistema; quien señaló a la oligarquía y a los grupos de poder por coludirse con el Gobierno para aumentar sus fortunas a costa de la mayoría. Es el mismo a quien sectores que ayer lo difamaron hoy utilizan su memoria para desahogarse y denostar a López Obrador.
La muerte de Muñoz Ledo también tiene efectos locales. La Laguna pierde un aliado en su lucha por crear el estado 33 con municipios de Coahuila y Durango. Corresponde a la sociedad unirse para lograr ese propósito, declaró el expresidente de la Cámara de Diputados en su última visita a la comarca, en enero de 2020. «Lo importante es que salga el movimiento de aquí, de abajo. No estemos esperando que otros hagan el trabajo por nosotros (…). No interesa lo que piensen los Gobiernos». Los laguneros lucen hoy aletargados, pero el anhelo del Estado de La Laguna sigue vivo.