El gran siglo del descanso abarca desde los años en que se asociaba con la salud a la llegada de las vacaciones pagadas, alrededor de mediados del siglo XX, cuando invadimos las playas y nos entregamos al ocio y al disfrute. En medio sucedió la revolución industrial. Con la llegada de las fábricas y del trabajo cronometrado, se fueron perdiendo las horas de descanso que naturalmente se otorgaban artesanos y agricultores, que producían su propio tiempo. Hoy en día, con el tiempo mucho más cronometrado y con la productividad acechando nuestros cerebros, irónicamente dedicamos menos tiempo al reposo. ¿La causa? Preferimos dedicarle ese tiempo al ocio: series, cervezas, Whatsapp… La ‘quietud’, nos recuerda el ensayista Alain Corbin, esa suerte de “reposo del alma”, está en peligro de extinción. Entre el descanso y la distracción, siempre optamos por la última. Como ya predijo Nietzsche: “Vivimos como alguien que se atormentara sin cesar por dejar escapar alguna cosa”