Rubén Amón. Roma
El Vaticano elige un león contra Donald Trump
Prevost se convierte en el primer pontífice estadounidense de la historia y expone un programa de gobierno continuista con Francisco que remarca el compromiso misionero y ecologista en la Iglesia de los desheredados
No hubo dudas, no podía haberlas. El espesor del humo blanco atravesó la plaza de San Pedro como el chorro de un géiser. Y sobrevino entonces una conmoción que se prolongó hasta que el nuevo Papa alcanzó a asomarse al balcón de San Pedro, atravesando inmaculado el telón de terciopelo rojo.
‘Habemus papam’. Es la metamorfosis del hombre cualquiera convertido vicario de Dios en la Tierra. Por esa razón «abjura de su nombre». Y por idéntico motivo adquiere un apelativo revestido de simbolismo y de vocación universal. El heredero de Francisco se llama… León XIV.
Estaba en la periferia de las quinielas, como lo estaba y lo está en la Iglesia de los desheredados y los arrabales. Y no es cuestión de abusar prematuramente de las etiquetas, pero su origen, su afinidad a Francisco y sus posiciones sobre la inmigración, el capitalismo y el ecologismo lo convierten en el antagonista y en la contrafigura de Donald Trump.
Lo explica el recordatorio que Prevost hizo de Francisco. El homenaje. Y la fórmula continuista que implica anteponer la defensa de los pobres. Recordaba Leon XIV la dimensión misionera de la Iglesia. Que fue la suya cuando se comprometió hasta las trancas en los suburbios de Perú.
Allí aprendió el español que nos mostró en el balcón de San Pedro, aunque el nuevo Papa hablaba un italiano impecable. Tiene una edad «perfecta», 69 años, ni demasiado mayor ni excesivamente joven. Y es el primer pontífice estadounidense de la historia, además de vestirse con los hábitos sofisticados de antaño, exponer un aspecto impecable y aportar un linaje que nos concierne: el segundo apellido es Martínez a cuenta de sus orígenes españoles y adquirió incluso la nacionalidad peruana.
Se habían disipado todas las nubes de Roma para que pudiera percibirse el aliento de Dios en la chimenea. Y para dar sentido a la alegoría trinitaria que se había escenificado unos momentos antes de las 18.07, la hora del prodigio. No es que apareciera una gaviota a la vera de la chimenea druida. Apareció otra. Y lo hizo luego un polluelo, como si la dramaturgia accidental propusiera a los fieles y a los espectadores la imagen de la Sagrada Familia.
La premonición anticipaba el trance de la fumata blanca. Y predisponía un glorioso espectáculo teatral que arañaba las entrañas de fieles y profanos. No digamos cuando prorrumpió un «escuadrón» de la Guardia Suiza con las alabardas apuntando al cielo. Y cuando desfilaron todos los ejércitos italianos -tierra, mar y aire- en la explanada de la fachada de San Pedro enfatizando la connotación castrense. Sonaba el himno nacional a título reivindicativo. Y lo hacía el del Vaticano mientras los fieles y los turistas -decenas de miles- colapsaban la plaza de San Pedro exhibiendo sus propias banderas. La polaca y la española y la surcoreana. La alemana y la de México, aunque finalmente se alzó con más rotundidad el estandarte de….Estados Unidos.
Tendrán que esperar los purpurados italianos. Tanto se había dado por hecho el relevo de Parolin -y de sus compatriotas- que los vaticanistas «tricolores» debieron quedarse estupefactos cuando apareció el Papa de Chicago.
Se quedan en América las llaves de San Pedro después de 12 años de hegemonía «argentina». Y consolidan el peso de la Iglesia en uno de los países del mundo con mayor número de católicos y más competencia de «alternativas» cristianas. Hablamos de 61 millones de fieles leales a Roma, incluido el vicepresidente Vance después de su recentísima conversión y constreñido ahora a digerir el antagonismo de Roma.
Estamos en los tiempos de la idolatría tecnológica, pero la noticia del resultado electoral en el aula de la Capilla Sixtina la supimos con el humo de una chimenea y con el badajo de una campana cuyo movimiento pendular propagaba el acontecimiento «urbi et orbi», a la ciudad y al mundo. Roma opone a Washington un león.