¿Y si Elon Musk le declara la guerra a Trump?
El magnate de Tesla es una de las primeras víctimas de la política arancelaria y un argumento de disidencia que lleva a la incertidumbre la gigantomaquia
Se nos ha quedado anticuado el kit de supervivencia antes incluso de haberlo organizado. El frenesí de los acontecimientos ha subordinado la hipotética amenaza de una guerra militar a la evidencia de una guerra comercial cuyo destino opone y desquicia la testosterona de los gigantes descerebrados.
Por eso reviste tanto interés la disidencia de Elon Musk, el escarmiento que la política de aranceles ha provocado a su imperio y la reacción contra las decisiones del despacho oval. Ha llegado a escenificarse una trifulca con el oráculo de Trump en asuntos comerciales que define e identifica el ‘shock’ planetario.
Resulta que Peter Navarro degrada a Musk a la categoría de «ensamblador», recordándole que sus coches eléctricos se articulan con piezas y complementos originarios de China, Japón y Taiwán. Por esa razón le van a resultar tan gravosos los aranceles que se han puesto en marcha. Y por idénticos motivos el delirio aislacionista de Trump castiga la economía integrada, global, transfronteriza… al precio de perjudicar seriamente la propia.
Ensamblador. No tolera Musk un epíteto que lo convierte en un epígono vulgar de Frankenstein cuando él mismo se nos ha presentado al mundo como el dios de la energía, el colono de Marte, el agitador de las redes sociales, el señor de los cielos.
Musk ha respondido que Navarro es más idiota que un saco de ladrillos. Y se ha propuesto disuadir la megalomanía con que Donald Trump se jacta de haber removido las costuras del planeta. El narcisismo y el providencialismo del presidente se añade a la nostalgia del imperialismo. Nada habría más ingenuo que resucitar la Motown para reanimar la industria del automóvil americano, pero resulta que Navarro se ha convertido en el autor intelectual de un modelo patriótico que reivindica la ficción de la autosuficiencia y que pretende involucrar la solidaridad y el sacrificio de los ciudadanos.
«Me están besando el culo», proclama Donald Trump en su delirio narcisista. Y lo hace redundando en los estímulos de una colisión de egos que va camino de engendrar una fabulosa gigantomaquia.
Es así como nuestra cultura grecolatina alude a la guerra de los gigantes contra los dioses. Que es la guerra de caos contra el orden, de la barbarie contra la civilización. El origen de las gigantomaquias se remonta a la emancipación de los monstruos, a la rebeldía de las criaturas feroces y descomunales frente a sus creadores.
Tiene sentido recordar cómo las describe Hesíodo en su ‘ Teogonía’, aunque sea por el extraordinario parecido que guardan con la fisonomía de Donald Trump: «Insuperables por su tamaño e invencibles por su fuerza, mostraban un temible aspecto, con una espesa pelambre cayendo de la cabeza y el mentón».
La era de los gigantes nos traslada a la irracionalidad y las pulsiones destructoras. Implica una disrupción de la armonía. Y engendra una energía circular a la que pueden sumarse otros actores del planeta. No ya Vladímir Putin en su régimen de impunidad, sino el coloso chino de Xi Jinping y la revancha ególatra de Elon Musk.
¿Se atreverá el magnate de Tesla a enfrentarse a Trump? ¿Vamos a asistir a un duelo entre King Kong contra Godzilla? ¿Puede producirse una implosión en las filas del trumpismo, un movimiento de sedición contra los planes de Navarro y Donald?
Nos recuerda un reciente ensayo de John Gray que estamos en los tiempos de los nuevos leviatanes. No solo por el poder que han adquirido los modelos de poder orientales, China en cabeza de todos, sino por la naturaleza inquietante de la clase dirigente.
Nos habla Gray de líderes mesiánicos y arrogantes, que recelan de la ciencia y de la razón, y que han extirpado de ética y de responsabilidad la noción misma del liberalismo.
Encaja Donald Trump como nadie en la definición. Y representa una degradación de la democracia que estimula la prosperidad de los regímenes iliberales, aunque el mayor y prematuro escarmiento del trumpismo no solo consiste en cuánto pueda perjudicar las libertades, sino hasta dónde alcanza el empobrecimiento de los ciudadanos en las puertas de una grave recesión.
La gigantomaquia representa una amenaza y una oportunidad. Ya nos recuerdan los mitos griegos que los dioses, por sí solos, no podían derrotar a los gigantes, y que requerían la complicidad de los humanos -de la humanidad- para terminar postrándolos.
Y no decimos que Elon Musk, mitad dios, mitad hombre, pueda erigirse en el héroe de la guerra, pero la disidencia del magnate forma parte de los recursos de una gran e histórica democracia, la americana, que puede y debe movilizarse contra el tirano de la Casa Blanca hasta forzar su capitulación.