Xavier López, Chabelo, tuvo una despedida de su talla y calidad humana. Domingo a domingo, durante casi cinco décadas, las familias de México y otros países le abrieron las puertas de su hogar y de su corazón. El pueblo escoge a sus ídolos; a sus gobernantes no, pues la mayoría de las veces se los imponen. Niño eterno —no en la acepción del síndrome de Peter Pan tomado del libro homónimo de Dan Kiley—, Chabelo inspiró a generaciones y promovió los valores morales. Enseño que amar y despertar al niño interior sirve para recuperar, de esa edad, la felicidad, la ternura y el gusto por la vida, y que no vale la pena darnos importancia, la cual, en cualquier caso, es engañosa y efímera.
Los medios de comunicación del país y algunos del extranjero dedicaron horarios de mayor audiencia, portadas con grandes fotografías y crónicas para homenajear y decir adiós a una de las figuras más populares y queridas. Pocos políticos pueden aspirar a ese reconocimiento, y menos aún a merecerlo. La mayoría se retira a hurtadillas para disfrutar de sus riquezas mal habidas. Hay quienes, al ser identificados en las calles o en algún espacio público, son objeto de burlas e insultos. Esa experiencia la vivió el exgobernador de Veracruz, Fidel Herrera, uno de «los 10 mexicanos más corruptos de 2013» de la revista Forbes cuando acudió a votar, en silla de ruedas y con el rostro desencajado, en las elecciones presidenciales de 2018. Herrera impuso como sucesor a César Duarte (preso por venal), cuyo Gobierno inyectaba agua destilada a niños con cáncer en vez de productos químicos.
El educador y activista lagunero Julio Rodríguez, quien organizó y encabezó varias marchas contra la impunidad, la corrupción y la violencia —cuando los organismos empresariales cumplían su labor de contrapeso y no eran marionetas del poder como ahora—, aconsejaba que en un país donde la ley no se aplica a los políticos, la ciudadanía debería sancionarlos simbólicamente. Por ejemplo, no acudir a los lugares que frecuentan y ni dejar de recordarles sus pilladas como los capitalinos lo hicieron con Herrera. Sin embargo, en México a los deshonestos se les premia en lugar de ponerlos entre rejas. Saquear las finanzas se toma como hazaña, mientras la pobreza y la injusticia son caldo de cultivo para irrupciones sociales o políticas.
«Ningún pueblo cree en su gobierno, a lo sumo, los pueblos están resignados», sentenciaba Octavio Paz. En quien sí confía el pueblo es en personajes de la vida pública. Por eso la actuación es cosa seria. Calificado por Bernard Shaw como «El único genio de la industria del cine», Charles Chaplin escribió: «La vida es una obra de teatro que no permite ensayos; por eso canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida… antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos». Un humorista o un comediante pueden resultar para el poder más peligrosos que un gánster o un delincuente de cuello blanco. Chaplin fue acusado de comunista y Chabelo espiado por el Gobierno de López Portillo.
«Donde hay un niño —advertía Chabelo— hay un ser bello, honesto (…), cien por ciento ejemplo de lo que debería ser una persona. (…) es maravilloso aprender de los niños, porque ellos resuelven sus problemas en forma honesta y vertical». Su experiencia como líder de los actores lo decepcionó de la política y se declaró no apto para ella. «Los políticos son capaces de humillarse con tal de mantener su posición. Por eso son tan malvados». Aun así, veía al país con optimismo. «El cambio —replicaba— depende de cada uno de nosotros, y no solo del presidente».
La muerte de Chabelo fue discreta e inesperada. El telón bajó, pero el aplauso nunca se apagará y en el corazón de los mexicanos vivirá por siempre.