Tiene sentido convocar a Morante de la Puebla. Y considerar la piedad y la conmiseración que suscitan sus espeluznantes declaraciones al colega Jesús Bayort en la entrevista a alma abierta que concedió a ABC.
Nos hablaba el maestro de la oscuridad. Mencionaba la tentación del suicidio como remedio a su trastorno y su depresión. Y nos decía que el tratamiento de electroshock al que se está sometiendo ha deteriorado su memoria.
Tanto ha deteriorado su memoria que ni si quiera recuerda la proeza de haber cortado un rabo en Sevilla. Ha recurrido al vídeo y al testimonio de los allí presentes para reconstruir la faena que lo condujo al Olimpo de la tauromaquia.
Impresiona el desgarro de Morante porque la terapia que pretende curarlo lo asesina por dentro al mismo tiempo. No somos ya nosotros si no recordamos quiénes fuimos.
Y a Morante le envuelve un sayo de melancolía. Se ha ido a vivir a Portugal para mistificarse con la saudade. Y ha encontrado en Pessoa el dolor de un compañero de viaje. Le daba miedo al escritor lisboeta el peligro de enloquecer, igual que declara Morante en la entrevista dominical.
Estamos en deuda con Morante de la Puebla. No tenemos manera de recompensarle los momentos de abandono y de pasión que nos han proporcionado su genio, su ingenio, su abrumadora creatividad.
Y hemos llegado a preguntarnos si la explicación de una tauromaquia expresionista y desgarrada proviene acaso del drama interior y de los abismos.
El sueño de la razón produce monstruos, nos dice un siniestro grabado de Goya. Y Morante se ha martirizado para que los demás podamos resucitar, aunque nos tranquiliza saber que no piensa retirarse porque la arena es la referencia telúrica que le devuelve a la vida.