En política, las percepciones mandan. Tanto el gobernador, Miguel Riquelme, como el presidente, López Obrador, están empatados en la aprobación de los coahuilenses. La mayor diferencia, entre ellos, es que el coahuilense fue aumentando desde un 30 por ciento inicial, hace cinco años, y que el tabasqueño ha caído 25 puntos, en el mismo período.
En la entidad norteña, el proceso estará enmarcado por los desempeños de un gobernador que se ganó el respeto de los coahuilenses y el de un presidente que insulta y desprecia a la clase media. No hay que perder de vista, que venimos de una enorme tragedia de salud con la pandemia y la escasez de medicamentos y atenciones por parte del sistema de salud pública federal.
También, atravesamos por un gran problema de inseguridad, que agobia a grandes territorios de México. Situación, que genera cientos de miles de expulsados, que abandonan diariamente a sus hogares y a México huyendo de las balas. Por si faltaran agravantes, la inflación carcome los ajustados salarios de los mexicanos.
Esos resultados, también inciden en las condiciones de competitividad de sus partidos en los tiempos electorales. El priista lo hizo bien y el tabasqueño tenía demasiadas cuentas pendientes por ajustar, demasiado poder por asimilar y demasiado país para resolver. Lo intentó con malos colaboradores, pésimas líneas de acción y los resultados son desastrosos, en muchos rubros.
Morena Coahuila, es un desastre. En cuatro años nunca tuvo un dirigente reconocido por todas las tribus. El Super Delegado, Reyes Flores Hurtado, los apoyó poco y mal. Su estructura territorial es endeble. La salida de Ricardo Mejía Berdeja, les quitó entre un 8 y un 15 por ciento de potencial electoral. Actualmente, Armando Guadiana está remando contra corriente.
Ambos partidos, cargan con desprestigio y negativos enormes. El poder desgasta. El voto útil y el de castigo podrían manifestarse con fuerza. ¿Habrá consecuencias? La moneda está en el aire. Veremos.