El maestro le arranca las dos orejas al cuarto toro con una obra de arte, cabeza y corazón, y enloquece a la Maestranza con el capote a una mano en una tarde sevillanísima con los supuestos herederos; a Ortega le tocan la música a la verónica
Morante de la Puebla se proclamó en la Maestranza Papa del toreo, reventando este cónclave de Sevilla de presuntos herederos. Obró el milagro del arte, el más gallardo, arrebatado y hermoso, y enloqueció a la Maestranza, de nuevo. Dios bendiga la lucidez de su cabeza y la pureza de su corazón. Un invierno de oscuridad y 18 electrochoques después, paseaba dos orejas entre gritos espasmódicos de «¡Jo-sé An-to-nio! ¡Morante de la Puebla!», como aquel bíblico 26 de abril de 2023 rabo en mano. Y se volvió a sentar en el trono que decían que ya no era suyo. Y lloró como un niño con todo el sufrimiento roto a sus pies.
El runrún de la riada de aficionados desbordaba horas antes las calles que desembocan en la plaza de la Maestranza. El sevillanísimo cartel con Morante, Juan Ortega y Pablo Aguado, dado en llamar del arte, aunque el arte es un don sólo de Dios, y Dios es de La Puebla, había agotado el boletaje a una velocidad de relámpago, a la que ninguno de los tres torea. De las taquillas colgaba el cartel de «no hay billetes» por segunda vez esta temporada; del reciente Domingo de Resurrección, pendió el otro con el nexo común de MdlP. Que regresó sin que en Sevilla se enterasen de que había vuelto.
A las 19.00 de este histórico jueves 1 de mayo el genio les concedía otra oportunidad -y no van quedando muchas- al lado de sus «hijos» y presuntos herederos que suele devorar. Como sucedió otra vez.
A las 19.05 aparecieron los tres toreros sobre el redondel de este apasionado escenario de la Maestranza que las cámaras de Canal Sur proyectaban más allá de sus fronteras: Morante, vestido con un impresionante terno verde esperanza cargadísimo de oro, marcó una cruz con la punta de la zapatilla en el albero. De Papa del toreo. Cargado, pero de kilos, saltó el toro de apertura de Domingo Hernández, recogido de cara. MdlP, insuflado de ánimo, esperó su suelta salida, soltó su capote lacio y, de una en una, voló sabrosas verónicas que desembocaron en una larga portentosa. Nada para las dos verónicas que se le cayeron de las muñecas en el quite justo antes de que el toro pegase un volatín que contó como puyazo. La media a la cadera remató la obra de arte inconclusa.
A las 20.28 Morante de la Puebla acabó con el cuadro a una mano, con el capote en una sorpresa mayúscula que volteó la Maestranza, puesta en pie con un temblor de siglos. Volaban las largas de mano a mano, con el pecho henchido de viejas tauromaquias, mientras la gente se agarraba la cabeza, loca de entusiasmos. Cuando libró el último lance, la plaza era ya un manicomio. Un pasodoble se alzaba desde la banda del maestro Tejera. La gallardía del genio, su valentía, siguió con la muleta. El toro, bien hecho y armado, tenía sus claves, sus terrenos, su puntito de genio. MdlP, el más valiente de los toreros, y el más sabio, y el más completo de su estirpe, desveló todos los secretos de la embestida ofreciendo las femorales. Allí en el sol. Como un tributo del que brotaban naturales increíbles, derechazos impensables, con el toro silbándole por los muslos. Y él aguantándolo todo, dándole el sentido último al toreo que es la entrega de la propia vida. Y así se tiró entre la testuz con la espada y los pitones en el corazón. Y enterró el acero empujando con el alma. Estalló la plaza, otra vez. Una explosión de dos orejas, un milagro tras la oscuridad del invierno. Dios bendiga la lucidez que embriaga su prodigiosa cabeza.