El Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara abrirá sus puertas en noviembre, tras siete años de obras que han costado 100 millones de dólares
EL PAÍS
El agua se filtra por las grietas y los muros desnudos y conquista espacios recónditos del extraño macizo arquitectónico, al norte de la ciudad de Guadalajara, México. El agua, la ciudad y los ecosistemas son omnipresentes en el diseño del que se convertirá en el museo científico más grande y vanguardista de América Latina.
Es el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara, un santuario del Antropoceno, la era en que el humano se convirtió en una especie de fuerza geológica, casi siempre ciega, frecuentemente destructora. Su director, Eduardo Santana Castellón, de raíces cubano-portorriqueñas y formación en ecología y ornitología, sirve de guía emocionado por estos antros incompletos de 23.000 metros cuadrados (7.000 para exposiciones) donde el conocimiento científico, la poesía moderna, la cultura ancestral y la incomprendida ciudad se encuentran en el mismo territorio.
La portentosa obra, que ya tiene 80% de avance en su estructura física, abrirá sus puertas de forma gradual al público, debido a los recortes presupuestales que ha padecido desde el arranque de obras, en febrero de 2016. En coincidencia con la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en noviembre de 2023, se abrirá solo el Jardín Educativo, mientras la planta baja de la galería se inaugurará durante la FIL en 2024, y posteriormente las demás, de manera paulatina.
12 jardines temáticos, siete galerías de exhibiciones permanentes, dos salas de exhibiciones temporales, cuatro salones para talleres escolares, un auditorio y un laboratorio de desarrollo comunitario…. La obra es tan ambiciosa que a algunos les parece desmesurada. Los números parecen corroborarlo: 1.035 millones de pesos mexicanos. Esta cifra ronda los 60 millones de dólares; un equivalente al ingreso anual promedio de 19.300 hogares humildes. Y se estima que esta inversión llegue a 100 millones de dólares.
La cultura y el conocimiento cuestan, pero “este proyecto está pensado y destinado fundamentalmente a las familias más pobres, es un bien público que no solamente busca exhibir y mostrar, sino que se plantea como una herramienta de esas familias para dialogar con el conocimiento y con sus problemas cotidianos más acuciosos. Es un espacio para ellos”, advierte Santana Castellón. Este museo será un espacio universitario, construido conjuntamente con su comunidad y aspira a convertirse en un catalizador de transformaciones socio-ecológicas en su entorno barrial.