Discurso pronunciado en el homenaje póstumo al exgobernador Eliseo Mendoza Berrueto, el 18 de mayo, en Palacio de Gobierno
La mayor riqueza que un hombre puede heredar a su familia es su buen nombre. Eliseo Mendoza Berrueto cuidó el suyo y le dio lustre a cada letra. Honró a su padre Emilio Mendoza Cisneros, veneró a su madre Guadalupe Berrueto Ramón y colmó de amor y ternura a su familia. La sombra de sus alas, fuertes y extendidas, cobijó a su esposa Lucila, a sus hijos Eliseo, Carla, Federico y Lucy Elisa, a sus nietos y bisnietos. Amante de la vida, libró mil batallas para prolongar la propia, pero existe una que es necesario perder para ganar la vida eterna. Es bueno llorar a hombres de su estirpe cuando mueren, pero es mejor mantenerlos vivos en el corazón para que no dejen de inspirarnos con su ejemplo.
Eliseo Mendoza no le hizo mal a nadie; al contrario, siempre procuró el mayor bien para todos, incluso para las almas ruines que, según Sócrates, «solo se dejan conquista con presentes». El político, el escritor y el maestro, deja muchos proyectos por realizar. Se ocupaba para no pensar en la muerte. Trabajaba porque tenía que hacerlo, pues no acumuló «para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen; y donde los ladrones penetran y roban» (Mateo 6:19). Sabía que el tiempo se le agotaba y no quería desperdiciar ni un minuto. Estaba enamorado. Desde lo más profundo de su ser deseaba permanecer abrazado de sus amores, acariciar a sus nietos y bisnietos, jugar con ellos, verlos crecer, volver a reunirse con sus amigos, reír, cantar, escuchar música, recitar poemas, recordar, recordar… para anclarse en la vida sin dejar de volar para contemplar el valle, para abarcar con su mirada serena todo lo que deseaba llevar consigo.
En la presentación de sus memorias «Una larga jornada», se despide: «Escribo estar notas habiendo cumplido 90 años. No cabe duda de que he sido un hombre afortunado. Donde quiera que estuve traté de hacer mi trabajo con rectitud, eficiencia y lealtad. Ahora que recuento las etapas de mi existencia, reafirmo mi convicción de que siempre fui optimista, gocé cada etapa de mi vida y traté de ser un buen hijo, un buen padre y un buen amigo de mis amigos. No tengo reproches ni resabios. Me quedo tranquilo y en paz».
Miguel Peralta Wheatley describe en su prólogo: «(en movimiento perpetuo) Hay estrellas que refulgen desde que aparecen. Eliseo es una de ellas. Ama la Humanidad y se ha dedicado a servirla. Ama a su patria y se ha consagrado en cuerpo y espíritu a fraguar su desarrollo y prosperidad. Ha sido forjador de la historia política y económica de México (…). Cerca de reunir 90 años de edad mantiene su lucidez, fortaleza y creatividad. Estas memorias brindan el privilegio de vivir con Eliseo su larga jornada, que tuvo influencia determinante en la historia nacional».
Eliseo Mendoza prestigió la política, su pasión junto con el magisterio, y pasó por los fangales sin mancharse. No fue piedra de escándalo ni avergonzó a Coahuila. Lo hizo porque creía en la política como instrumento para servir, dirimir diferencias, buscar el bien y procurar justicia —sin paternalismo— para los más necesitados. La deriva venal y populista que ha tomado esa actividad le preocupaba. Las generaciones no se repiten y la suya, con él y otros estadistas de su talla, fue excepcional. Lideró uno de los congresos más plurales y brillantes. La Cámara de Diputados hoy es una carpa, un vodevil que en vez de enorgullecer causa pena. Eliseo Mendoza ejerció el poder sin aspaviento. Respetó a todo el mundo porque se respetaba a sí mismo y valoraba a las personas por lo que son, no por sus blasones. Soportó tormentas y la inquina de espíritus mezquinos que ven el éxito y la grandeza ajenos como agravios personales. Solo espíritus elevados como el suyo trascienden el tiempo, derriban las murallas del odio y las convierten en puentes de diálogo y entendimiento.
El hombre y el estadista
Don Eliseo llevó su vejez con donaire y gallardía. El mensaje del papa Francisco para la II Jornada de los Abuelos y de los Mayores empieza con el salmo 92, 15: «En la vejez seguirán dando frutos». «La ancianidad —nos dice Jorge Bergoglio— no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro. “La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones. Es nuestro aporte a la revolución de la ternura, una revolución espiritual y pacífica a la que los invito a ustedes, queridos abuelos y personas mayores, a ser protagonistas».
Homenajear a Eliseo Mendoza casi tres décadas después de terminado su Gobierno, cuando hoy lo que se extienden son órdenes de captura contra exgobernadores y políticos, megalómanos y ávidos de riqueza, es el reconocimiento a una de las figuras señeras de Coahuila y México. Siempre sujeto al imperio de la ley, gobernó «por el pueblo y para el pueblo», no para camarillas políticas o económicas. Prevenido el país por el presidente Miguel de la Madrid de que 1988 no sería un año de primeras piedras ni de cortes de listones por la crisis heredadas, creó programas que lo definieron como hombre de Estado sensible a las necesidades de las mayorías. No buscó excusas ni endeudó a los coahuilenses. Creó programas adoptados después por el Gobierno federal y otros estados: Trabajemos Juntos y Vivamos Mejor, entre otros.
Tomar decisiones impopulares, vistas en su tiempo así por algunos sectores, como lo hizo Eliseo Mendoza, valió la pena, pues los beneficios han llegado a millones de personas y salvaron a Coahuila de una crisis financiera de mayor alcance. Crear el Impuesto Sobre Nóminas costó «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», pero demostró que cuando un Gobierno tiene autoridad moral, altura de miras y claridad de propósitos es posible disipar sospechas y persuadir al más escéptico. El legado de don Eliseo al estado es su obra, la cual llegó a los rincones más recónditos. Demandas sociales largamente pospuestas se volvieron realidad: un puente en Juárez, un camino en Santo Niño Aguanaval. La infraestructura carretera y aeroportuaria se adelantó al TLC.
Eliseo Mendoza Berrueto pensaba, en términos de Bismarkc, como estadista: en la próxima generación; y no como político, en la próxima elección. De ahí deriva su grandeza. En Palacio de Gobierno, cuyas puertas abrió don Eliseo al pueblo para escuchar sus problemas, mirarlo a los ojos y ofrecer soluciones en audiencias públicas, se presentaron el 11 de marzo sus memorias y se impuso su nombre a una sala de recepciones. Los reconocimientos en vida tienen mayor sentido se aquilatan más. Que los homenajes los presida el gobernador Miguel Riquelme, a quien, como candidato el licenciado Mendoza no pudo apoyar —y así se lo hizo saber, platicado por los dos—, pues estaba comprometido con otro aspirante al cual consideraba como su hijo político, es plausible. Habla de un gobernante maduro y sensible, consciente de su circunstancia y de su tiempo, como lo siempre lo estuvo Mendoza Berrueto. Dice un proverbio israelita: «El hombre sabio es aquel que busca instruirse con todos los hombres; el hombre fuerte, aquel que sabe quebrar sus deseos; el hombre rico, aquel que se contenta con su suerte, y el hombre honrado, aquel que honra a los demás». Siempre se le extrañará, licenciado Mendoza. Gracias por su amistad. Gracias por todo.