Todo cambia, el proceso de cambio es constante y permanente, incluso cuando pensábamos que la globalización les permitiría a los procesos productivos obtener insumos o materias primas de cualquier parte del mundo, el proceso cambió, y nuestra globalización iniciará un proceso de reglobalización, no sólo en los procesos productivos, sino en la organización económica, política y social.
La pandemia del Covid-19, la guerra de Ucrania y Rusia, las tensiones entre China y Taiwán, así como el crecimiento económico de China la cual está a punto de convertirse en la economía más grande del mundo, son algunos factores que han provocado una “reestructuración” de la globalización para que esta sea regional y surjan nuevas políticas y tendencias económicas como el “nearshoring”, el cual se define como la reestructuración de los procesos productivos, buscando que estos se realicen, tengan sus suministros y logística cerca del mercado final.
Es decir que, si actualmente la producción de cierto bien, que es para consumo en los Estado Unidos, quien sigue siendo la economía más grande del orbe, se realiza en China, los productores estarán buscando producirlo en Norteamérica, con la intención de reducir los tiempos de traslado, aprovechar los beneficios fiscales del T-Mec, para lograr por un lado satisfacer las necesidades de los consumidores más rápido y mejor, y por el otro lado que las empresas sigan generando utilidades.
México y su economía están en una posición muy ventajosa ante el resto del mundo, pues a pesar de estar a casi 13 mil kilómetros de distancia, de la llamada fábrica del mundo, comparten 3 mil kilómetros de frontera con el mayor consumidor, los Estados Unidos, cuyo gobierno ha dejado en claro, a pesar de la crítica realizada por la Unión Europea, su apuesta por la producción de mercancías es el “nearshoring”. Aunado a ello contamos con tratados de libre comercio con 50 países y a pesar de la falta de inversión en la infraestructura contamos con la suficiente para ser un polo de atracción de las inversiones mundiales, incluso de China.
Por supuesto que con esta “nueva” forma de organización de la producción, en México tendremos demasiados beneficios, como la atracción de las inversiones de todos aquellos que quieran vender en los Estados Unidos, Canadá y México, contando con una mano de obra calificada y desafortunadamente “barata”, se generarán empleos, logrando hacer crecer el consumo interno y generar desarrollo. Afortunadamente los trabajadores mexicanos logran generar valor a las mercancías.
Cierto que hay cuestiones “políticas” que no acaban por convencer a la industria internacional, como lo es la falta de certeza jurídica, ejemplo de ellos es lo sucedido con la cervecería en Tijuana, o bien el decreto presidencial para mudar los vuelos de carga al AIFA, cuyo problema mayor, dejando a un lado, el tema de los aterrizajes, que desconozco, está el problema de la logística y almacenamiento que provocará problemas y pérdidas económicas.
Lo que es cierto es que el “nearshoring” en México tiene la gran ventaja de que la producción será más rápida, mejor y más barata.