Miguel de la Madrid fue uno de los presidentes que menos daño infligió a los mexicanos y, junto con Ernesto Zedillo, de los pocos que podían salir a la calle sin ser injuriados. La administración detuvo el desplome de un país quebrado en un contexto adverso: hiperinflación y devaluaciones con tasas acumuladas del 4,000% e inestabilidad política y social. La Cámara de Diputados catalizó las protestas por el fraude electoral de 1988. Porfirio Muñoz Ledo interpeló a De la Madrid mientras leía su último informe en medio de consignas e improperios de las fracciones parlamentarias de izquierda. «Una de las tareas del presidente consiste en tragar sapos», le confió a un amigo coahuilense en Los Pinos.
De la Madrid vivió su peor momento en 1985, cuando un terremoto en Ciudad de México, con magnitud de 8.1 grados, puso al Gobierno al borde del colapso. El vacío de poder provocó que la sociedad asumiera, en los días críticos, las labores de búsqueda y rescate. La tragedia unió al país y lo concienció para organizarse e impulsar cambios políticos por vías pacíficas. De la Madrid rompió en el ocaso de su vida la ley del silencio observada por los exmandatarios. Entrevistado por Carmen Aristegui el 13 de mayo de 2009 para MVS Noticias, el presidente de la «renovación moral» entonó el mea culpa por haber inclinado la balanza en favor de Carlos Salinas de Gortari en la sucesión de 1988. «Me equivoqué, pero en aquel entonces no tenía elementos de juicio sobre la moralidad de los Salinas».
El Gobierno salinista le pareció bueno al principio, «pero terminó muy mal. Permitió una gran corrupción de parte de su familia, sobre todo de su hermano». ¿Qué tanto? preguntó la periodista. «Mucho. Permitió que Raúl y Enrique consiguieran de manera indebida contratos de licitación, ya fuera de obra o de transporte». Raúl, además, «se comunicaba con los narcotraficantes (…) los que le dieron el dinero para llevárselo a Suiza (120 millones de dólares)».
Aristegui pidió nombres. «Son informaciones muy difíciles de obtener. Fue más fácil procesar a Raúl por la muerte de (José Francisco) Ruiz Massieu». De la Madrid supo de los vínculos del mayor de los Salinas con el narco, cuando él ya no era presidente. «(Fue) a partir del gobierno de su hermano (Carlos)». La conclusión —válida en cualquier momento— es que los presidente deben informarse «mejor de la moralidad de sus colaboradores». Salinas rechazó las acusaciones y movió los hilos para que su predecesor se retractara, pero el golpe ya estaba dado.
Salinas de Gortari terminó su Gobierno, repudiado. Entre mayo de 1993 y septiembre de 1994 fueron asesinados: el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo al ser confundido, según la versión oficial, con el narcotraficante Joaquín «el Chapo» Guzmán; el candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, y José Francisco Ruiz Massieu, excuñado de los Salinas, antes de asumir el liderazgo de la Cámara de Diputados. En el mismo periodo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se levantó en armas.
José López Portillo tuvo una despedida ignominiosa del poder, pero la de Salinas resultó, además, dramática. Tres meses después de dejar la presidencia, la Procuraduría General de la República detuvo su hermano Raúl, señalado como autor intelectual del asesinato de Ruiz Massieu y por enriquecimiento ilícito. El 6 de diciembre de 2004, Enrique Salinas, el menor del clan, quien había sido investigado por lavado de dinero, apareció muerto dentro de un coche. Carlos reside en Madrid, donde comparte refugio con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.