Hemos tomado esta magnífica nota de Rubén Amón, para dar a conocer el nuevo Miami, aunque por aficiones -claro está- creemos que los Delfines de Mañana pudieron ser incluidos en el texto. Loa invitamos a leer este muy buen texto.
«Me he desplazado unos días a Miami con todas las precauciones que identificaban la ciudad entre la opulencia y la horterada. Me alertaron de las patinadoras y los hombres fornidos. De la turbamulta inmigrante. De la violencia nocturna y de los locales de stripers. De las armas. Y de la involución cultural o conceptual que representa el oscurantismo de Ron de Santis, gobernador de La Florida y aspirante republicano a la Casa Blanca con su modelo patriotero confesional a la sombra del trumpismo.
Y no es que pueda llegarse a conclusiones desproporcionadas con una excursión semanal, pero la experiencia ha sobrepasado las mejores expectativas. Podría vivir en Miami, quiero decir. Por la bonanza del clima. Por el mestizaje hispano-español. Porque me gusta la franquicia baloncestística de los Heat. Por el sabor de la Calle Ocho en la pequeña Habana. Porque el nuevo urbanismo enfatiza los espacios verdes y la arquitectura de vanguardia. Y porque me parece que Ocean Drive es una de las avenidas más hermosas del mundo en la exuberancia del art decó.
Ha sido el gran hallazgo del viaje. Conocía la referencia de algunos hoteles que se erigieron después del catastrófico huracán de 1926. La jovencísima ciudad quedó arrasada sin casi tiempo de haber adquirido una fisonomía y una idiosincrasia, pero los gestores visionarios de entonces reconstruyeron el municipio acudiendo a la arquitectura de vanguardia de entreguerras.
Hay ejemplos en el ‘downtown’ que delimitan el ajetreo de las joyerías históricas. Los hay en la Avenida Lincoln, pese a la intoxicación de las multinacionales comerciales, aunque es Ocean Drive el espacio urbano que armoniza con más elocuencia la osadía y la belleza del art decó, incorporando incluso el exotismo de la iconografía autóctona, tropical.
Ha cambiado mucho Miami. Y no es que tenga demasiada autoridad un servidor para escribir en extremos categóricos, pero las lecturas con que fui preparando el viaje -del ‘Miami Blues’ de Charles Willeford a la crónica de los niños cubanos expatriados (‘Miami y mis muertes’, de Carlos Eire- y los estereotipos heredados por la series -de ‘Miami vice’ a ‘Dexter’– demuestra que la capital mundial de la cultura hispánica ha iniciado un camino de transformación que atrae grandes movimientos migratorios -de California, de Venezuela, de México…- y que explica la vitalidad de su horizonte. Hay tantas grúas como palmeras, exagerando un poco las cosas. Y se percibe un esfuerzo urbanístico que estiliza la cultura callejera -el barrio de Wynwood en su proceso de narcisismo- y que también predispone la sensibilidad hacia la alta cultura. Empezando por el proyecto arquitectónico con que la firma Herzog & de Meuron ha dado forma y sentido mimético al Pérez Art Musem.
Mimético quiere decir que la sede de la institución vanguardista se identifica en el paisaje de los palmerales y del mar, igual que hace un siglo sucedió con las miniaturas decó que asombran a los viandantes de Ocean Drive.
Fue allí donde me crucé con una mujer imponente. Paseaba contoneándose, dislocando la cadera. Y parecía haberse operado todo cuanto ofrece el catálogo de la cirugía estética, aunque el motivo de mayor alarma consistía en el carrito con que paseaba a una minúscula mascota, como si fuera un bebé indefenso o la semilla del diablo.»
Viviría en Miami. Y tengo pensado volver, aunque antes de hacerlo debo reconstruir las finanzas y los ahorros. No recuerdo haber estado en una ciudad tan prohibitiva. Será por la inflación o por la paridad del euro y el dólar, aunque podría ocurrir, en realidad, que Miami sea una burbuja de prosperidad y de pujanza -es ya la tercera ciudad más rica de EEUU- expuesta al error de gentrificarse y de incurrir en el pecado capital de la codicia.