Rubén Amón plantea una defensa inteligente y apasionada de la decisión de los Reyes de España de confiar en Annie Leibovitz para su retrato oficial. Su argumentación, más allá de la estética, se centra en dos aspectos clave: el valor intrínseco del arte y la visión estratégica detrás de esta elección.
Es crucial entender que la fotografía de Leibovitz no es simplemente un retrato más, sino una obra de arte que trasciende lo local para situarse en un contexto global. Amón señala con acierto que el gasto de 137,000 euros no debe verse como un despilfarro, sino como una inversión en patrimonio y en la proyección de la imagen institucional de la monarquía española. En un mundo donde las percepciones importan tanto como las acciones, esta decisión se alinea con la necesidad de posicionar a los Reyes en un espacio de sofisticación y relevancia cultural.
Además, Amón desmantela hábilmente el argumento provinciano que cuestiona la elección de una fotógrafa extranjera. Como recuerda, el arte no tiene fronteras, y la propia dinastía Borbón es un recordatorio de la riqueza de los intercambios culturales. Al igual que Velázquez pintó al Papa en Roma, Leibovitz aporta a este encargo una perspectiva única y un prestigio que eleva la imagen de Felipe VI y Letizia más allá de nuestras fronteras. En lugar de criticar, deberíamos celebrar este gesto que combina buen gusto, visión estratégica y aprecio por el arte en su máxima expresión.