El centenario del nacimiento de la diva la pone de actualidad en el Liceo y redunda en la vigencia de una artista absoluta cuyo misterio es tan atractivo como su dimensión hechicera
El mayor interés del espectáculo que Marina Abramovic ha dedicado a Maria Callas consiste en la actualidad de la diva. Y no por el centenario de su nacimiento —la epifanía se produjo hace un siglo—, sino por la vigencia de la artista y los esfuerzos por desenmascararla. La tarea resulta imposible. Más todavía si prevalece o media la megalomanía de la performer serbia. Estaba claro que Las siete muertes de Maria Callas era un pretexto de Abramovic para hablar de sí misma y de sus propios desgarros amorosos.
Maria Callas no fue la mejor soprano del siglo XX, porque ni siquiera fue soprano. No fue la mejor cantante de la centuria, porque fue mucho más que una cantante. Y sigue vendiendo más discos que nadie en 2023, porque su misterio y su humanidad nos abruman en la parcialidad del retrato.
Se equivocan los puristas cuando pretenden escrutarla como una simple manifestación vocal. Objetan sus problemas técnicos, le reprochan la fealdad ocasional de su voz, la someten a un análisis de laboratorio, ignorando que la personalidad de Maria Callas y su endiablado pathos convierten en anécdota cualquier impureza convencional.
Los discos son un documento inequívoco. Por un lado, resulta frustrante no experimentar la sugestión que incitaba su presencia escénica, pero las grabaciones proyectan su densidad y su magma creativo. Abruman y convierten al oyente en un cómplice necesario. Queremos decir que Maria Callas no permite que se le escuche contemplativamente. Te secuestra, te exige implicarte en su drama. Te hechiza.
Se le rompió el corazón
Maria Callas nació en Nueva York en 1923. Ninguna ciudad podría identificar mejor su dimensión universal. Aunque fuera más griega que las cariátides. Y aunque muriera en París, igual que Violetta Veléry. No quedan claros los motivos. Ni puede hablarse categóricamente de una sobredosis de medicamentos. Ni de un suicidio. O sí puede hacerse, porque Maria Callas y sus misterios forman parte de un problema de actualidad que revisitamos una y otra vez desde la idolatría, desde la devoción o desde el morbo.
Sabemos que sufrió un infarto. Que se le rompió el corazón. E imaginamos que su plegaria al pasado terminaría malográndose, calándosele la voz en una tarde lluviosa. Como le dijo a Carlo Maria Giulini. “Porque me estoy muriendo, maestro, porque me estoy muriendo”.
Un nicho funerario la recuerda en el cementerio de Père Lachaise. Pueden depositarse flores y se puede rezar por el sufragio de su alma, pero los mitómanos y melómanos que acuden a visitarla saben que Maria Callas no se encuentra allí dentro. Sus cenizas se esparcieron en el mar Egeo, como si fueran las de Medea. Y el mar las meció como una barcarola por los siglos de los siglos.