Alejandro «Alito» Moreno y Rubén Moreira lograron lo que otras dirigencias infames del PRI como las encabezadas por Roberto Madrazo y el tecnócrata Enrique Ochoa no consiguieron: sepultar al dinosaurio. El partido que todavía hace una década despachaba en Los Pinos, ocupaba el mayor número de gubernaturas y era la primera fuerza en el Congreso de la Unión, hoy es un fiambre. Bajo la batuta del tándem Moreno-Moreira, el PRI perdió, entre 2019 y 2020, el 75% de sus miembros. Pasó de 6.5 a 1.5 millones de acuerdo con la Comisión de Prerrogativas y Partidos Políticos del INE encargada de validar el padrón de afiliados.
El PRI también se ha vaciado de cuadros políticos, por renuncia o expulsión. Los exgobernadores Claudia Pavlovich (Sonora), Quirino Ordaz (Sinaloa) y Carlos Aysa (Campeche) fueron purgados, no por haber perdido las elecciones en sus estados, sino por aceptar consulados y embajadas en el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. La misma suerte corrieron Eruviel Ávila, Miguel Osorio, Omar Fayad y Ulises Ruiz, exmandatarios de Estado de México, Hidalgo y Oaxaca. En su caso, por oponerse al manejo del PRI y a la permanencia de Moreno en la presidencia del comité ejecutivo nacional. Algunos habían renunciado previamente.
También han sido defenestrados senadores, diputados y alcaldes. Claudia Ruiz Massieu, exlíder del PRI y exaspirante presidencial, acusa a Moreno de excluyente, de centralizar decisiones «que antes correspondían a otros órganos del partido o a instancias locales» y de generar «desánimo o desapego entre la militancia». El padre de la legisladora, José Francisco Ruiz Massieu, murió asesinado en 1994 cuando se desempeñaba como secretario general del PRI y estaba por asumir la coordinación del grupo parlamentario de su partido en el Congreso. Raúl Salinas de Gortari, tío de la senadora guerrerense, fue sentenciado como autor intelectual del atentado y pasó 10 años en prisión.
La crisis del PRI la refleja el hecho inédito de que, por primera vez desde su fundación, en 1929, no postula candidato propio para la presidencia. Adherirse al Frente Amplio, acaudillado por el PAN, es su tabla de salvación, pues de lo contrario se expondría a perder más asientos en el Congreso. Ahora tiene 69 diputados y nueve senadores, tres menos que Movimiento Ciudadano. El PRI registra una preferencia del 7.9% y un rechazo del 33.2% (siete décimas por debajo de Morena) según la encuesta de Arias Consultores sobre la evaluación de los partidos levantada del 30 de septiembre al 4 de octubre. Sin embargo, al partido guinda lo prefiere el 47.2%.
Consciente del hándicap que representan las siglas del PRI y su cauda de escándalos, la candidata inesperada del frente opositor, Xóchitl Gálvez, se ha mantenido distante de su líder. Moreno y Moreira dirigen un partido sin autoridad moral. Sus gestiones como gobernadores de Campeche y Coahuila han sido denunciadas por venales; y en el caso del segundo, también por violaciones a los derechos humanos. Vacío de figuras y de contenido, el PRI no tiene futuro. La talla del tándem y la decrepitud del membrete explican su ruina.
«La soberbia es el peor pecado, porque lleva a perder elecciones. (…) Las aventuras individuales o los esfuerzos aislados a nadie benefician», declaró Moreno en Querétaro. No era un ejercicio autocrítico, sino el pronunciamiento de un cínico al cual el PRI debe sus mayores fracasos. Por la boca muere el pez.