La realidad es imparable. El cierre de sexenio será turbulento. El presidente, López obrador, está nervioso. Aun no hay nada seguro. Hay demasiados hilos sueltos. Demasiada incompetencia lo rodea y los escándalos de corrupción se multiplican. Ha perdido la iniciativa. El control se le va de las manos, en diversos temas. Sin embargo, lo electoral consume todas sus energías. Su prioridad siempre ha sido conservar el poder. Los escenarios son inéditos. La paradoja es que en una sociedad hipercomunicada, la demagogia de Andrés Manuel todavía se impone por muchos flancos.
En contraste, aunque con lentitud, la campaña de Xóchitl Gálvez avanza. Las encuestas no lo reflejan con claridad. La mayor parte de esas empresas intentan salvarse de la quiebra, trabajando para los gobiernos morenistas de todos los niveles. Ellos ya no piensan en el prestigio van por su sobrevivencia. Lo mismo sucede con los medios periodísticos formales, que ya son altamente dependientes de los convenios con los gobiernos y sus dependencias. La circulación, las suscripciones y la publicidad comercial ya no les proporcionan ingresos importantes, en la mayoría de los casos.
En la campaña del oficialismo, el acarreo masivo a los eventos de Claudia Sheinbaum, evidencian la debilidad de su candidatura. Ella ha quedado a expensas del voto duro, que cada día intenta retener el presidente en muchas zonas del país. Su personalidad y su discurso no prenden. Solamente la propaganda y los programas sociales la mantienen como puntera.
Es de esta forma, que los indecisos, los jóvenes, el voto de castigo a AMLO, los clasemedieros, los no acarreables, serán quienes con su presencia o su ausencia ante las urnas definirán la elección. Podrían darse resultados cerrados. A estas alturas de la contienda no hay certezas.
Como todo político surgido del PRI, lo suyo no es la democracia. A Andrés Manuel, le gusta jugar con las cartas marcadas y ha diseñado una elección de estado para el 2024. Es decir, un proceso con alto abstencionismo, en donde su voto duro, acarreable, se imponga. Es evidente que la democracia está en riesgo, AMLO es un peligro, ya la va destruyendo.
Las cosas, cada vez, se ponen más intensas. También, más interesantes. La gente de mayor edad, de clases medias, trata de impedir que el tabasqueño construya su Maximato. Sin embargo, ya requieren el apoyo de los jóvenes, tan ausentes de los escenarios políticos, este 2 de junio ante las urnas.
En la actualidad, los jóvenes de menos de 40 años han disfrutado de la democracia desde la primera vez que se presentaron a votar y la dan por un hecho. A ellos, no les tocaron los grandes fraudes electorales del Partido Revolucionario Institucional, a lo largo del siglo 20. Tampoco, les ha tocado luchar por ella. Solamente algunos, de estos jóvenes, fueron testigos de la alternancia, que llegó apenas en el año 2000. Cuando, el entonces líder emergente, Vicente Fox sacó al PRI de Los Pinos, apoyado en la clase media. Los jóvenes, son los grandes ausentes de la democracia actual.
En el año 2018, con una elección que generó expectativas especiales, por el enorme repudio al tricolor y la esperanza del cambio, a la izquierda, que representaba el terco tabasqueño, la tasa de participación fue del 63.4 por ciento. Sin embargo, los jóvenes no se sumaron a ese momento histórico.
Así, el segmento de edad en el que la tasa de participación fue la más baja, fue el comprendido entre los 20 a los 29 años, con una participación del 53 por ciento. Es decir, 10 puntos por debajo del promedio. El de 19 años, estrenando su credencial, solamente aportó el 57 por ciento; luego, los de 30 a 34 años, con un 58 por ciento. Esto es, que todo el sector de 19 a 34 años tuvo una tasa de participación que en promedio apenas alcanzó el 54.7 por ciento, casi 9 puntos por abajo del promedio nacional. Ellos no fueron el factor de cambio, en el 2018. En esta ocasión, su participación sería decisiva. Vienen cosas interesantes. Veremos.