Una frase de ocho palabras («Hacer de Saltillo la mejor capital de México») puso fin al triunfalismo exaltado; y otra, de nueve («No hay desarrollo urbano si no hay desarrollo humano»), mostró la otra cara de la ciudad. José María Fraustro Siller marcó así el inicio de su gestión, en el Ateneo Fuente, luego de rendir protesta como alcalde en el ayuntamiento. El estilo de la nueva administración lo refleja también su logotipo: sobrio, sin excesos ni rebuscamiento. Fraustro toma una ciudad donde ni remotamente todo está hecho, pero tampoco parte de cero. Saltillo debe su primacía a la concurrencia de varios factores: alcaldes en general aceptables; empresarios que, sin dejar de llevar agua a su molino, invierten y generan empleo (no riqueza) y una sociedad laboriosa.
Saltillo despegó en el Gobierno de Óscar Flores Tapia, a quien los grupos de presión vetaron para la alcaldía. La transformación la continuaron sus predecesores de acuerdo con sus alcances y las circunstancias. En el caso de Humberto Moreira, su mayor herencia es la megadeuda; y la de su hermano Rubén, el arrebatamiento y el mal trato a los alcaldes de la capital. Miguel Riquelme eligió bien al tándem que le acompañará en el último tramo de su sexenio, cuando el poder mengua, las ambiciones desbordan y las lealtades flaquean. Una de sus expresiones es el futurismo insolente y desbocado.
Fraustro ofreció, como en su campaña, cuando burló la embestida del funámbulo postulado por Morena, «seriedad para gobernar y para dar resultados». El compromiso es pertinente. Banalizar la política la degrada y también a quien la ejerce. El canto de sirena seduce, pero aturde y causa vértigo. El clasismo pasa factura tarde o temprano. La promesa de «gobernar para toda la gente, sin distinción de partido», advierte el riesgo, pero ade- más tiende puentes con los sectores y colectivos (sobre todo femeninos) ignorados y no en pocos casos víctimas de presión y acoso.
El exgobernador Braulio Fernández Aguirre, quien an- tes fue alcalde de Torreón, me decía que la autoridad debe conducirse con decoro en el trato y el vestir por respeto a los ciudadanos de todos los estratos. Los jefes de Estado casi siempre visten traje. A escala local, el gobernador de Nuevo León, Samuel García, y el alcalde José María Fraus- tro, siguen la norma. La ropa casual, pero de marca, sirve para simular o enmascarar estatus —nuevos o hereda- dos—, pero no iguala.
Hacer fila para pagar el Impuesto Predial, fuente principal de ingresos municipales, es otro guiño de Fraustro para contrastar estilos. Sin embargo, debe ir más allá del mero símbolo y de la fotografía con el recibo pagado. No solo debe eliminar privilegios a las clases altas, sino actualizar los valores catastrales, gravar con tasas especiales a los terratenientes urbanos (dedicados a la especulación mientras ganan plusvalía). Así podrá elevar la recaudación y afrontar las necesidades de obras y servicios, pero sobre infraestructura humana (una de las bases del Gobierno del presidente de Estados Unidos, Joe Biden), de la cual habló de refilón en el Ateneo.
El plan de Gobierno de Fraustro, cuyo cumplimiento deberá observase, no es de un diletante, sino de un hombre formado en el servicio público (rector de la Universidad Autónoma de Coahuila [de la cual todavía se dice que es cacique], subsecretario de Educación en el Gobierno de Vicente Fox, secretario de Educación de Coahuila, líder del Congreso local, secretario de Gobierno y ahora alcalde). Las carreras políticas meteóricas son engañosas y sus resultados, pésimos. Ejemplo de ello son los Moreira y sus imitadores. El fichaje del exrector de la UNAM y exsecretario de Salud, José Narro, es estratégico en tiempos marcados por las turbulencias políticas y la decadencia del PRI, más allá de los servicios que preste al ayuntamiento.