El debate de este domingo pudo no satisfacer las expectativas de los observadores rigurosos, pero sí de los escépticos. Ha sido un ejercicio inédito en Coahuila y quizá en los estados por el formato, la libertad de los candidatos al Gobierno para expresarse y exponer sus argumentos, cruzar ataques y callar ante acusaciones y señalamientos incómodos e historias sórdidas. El vacío del silencio lo llenan los juicios de ciudadanos y audiencias que, a pesar de limitadas por falta de promoción y cobertura, acaso deliberadas, son inmediatos y al final pueden resultar devastadores. La tarea de los asesores y equipos de campaña consiste en persuadir al público de que la controversia la ganaron sus respectivos jefes. En ese empeño utilizarán todas las estratagemas sin excluir la manipulación y todas las armas de la guerra sucia.
A efectos de no echar juicio sobre el tema ni de alinearse involuntariamente en alguno de los coros, conviene buscar la oportunidad para ver y prestar cuidado al desempeño y seriedad de cada aspirante. La mayoría de los coahuilenses no lo hicieron con la idea, fundada, de que sería tiempo tirado a la basura. Esta vez, sin embargo, no lo fue, al contrario. Las casi dos horas que dura la polémica transcurren rápido y serán bien invertidas. Pues permiten conocer, así sea someramente, aspectos ignorados o escondidos de quienes pretenden gobernar el estado por los seis años siguientes. Para no darse contra la pared cuando las cosas no tengan remedio, como ha ocurrido innumerables veces en Coahuila y el país, es necesario profundizar e investigar ahora en las denuncias de corrupción y tráfico de influencias.
Es aconsejable, incluso para quienes ya escucharon el debate, hacerlo de nuevo, con cuidado y detenimiento. El ejercicio servirá para reflexionar e incentivar el sufragio y no caer en el vicio de «votar al menos peor», así como para afirmar la preferencia por un candidato o cambiar de intención. Pues además de información y datos desconocidos sobre perfiles en apariencia impolutos, se formulan propuestas novedosas sobre temas graves, los cuales se miran de soslayo para no refutar el discurso oficial y salvar las apariencias. La invasión del fentanilo en ejidos y colonias con la aquiescencia de las policías, el explosivo crecimiento de las adicciones, la plaga de depresión y de suicidios, el aumento de los feminicios, los enjuagues con el agua y el fraude del Sistema Estatal Anticorrupción, en particular de figuras decorativas como la fiscalía y el Instituto de Acceso a la Información Pública, en poder del «moreirato» desde 2005, exigen respuestas inmediatas.
El Instituto Electoral de Coahuila (IEC) tuvo luces y sombras, pero en general superó con mucho al que organizó los comicios previos. La moderación no puede dejarse en manos de improvisados y menos aún de adláteres del poder. Javier Solórzano sabe como lidiar con políticos taimados y Sandra Romandía no solo puso contra las cuerdas a los candidatos, también dio ejemplo de cómo debe comportarse el periodista frente al poder y no dejarse avasallar por quienes lo detentan. Frente a la investigación y la evidencia, la simulación y la pose no resisten. La participación de la ciudadanía, por medio de preguntas, es un acierto. Debe ser valorada e incluso fomentarse, pues al final será ella quien decida la elección.
La escasa promoción del IEC y la pobre cobertura mediática en radio y televisión volvió a impedir a miles de ciudadanos ver el debate e incluso saber de él. ¿Cuál el temor del IEC o con quién su compromiso? Si el objetivo no es enriquecer la democracia con la apertura del máximo de canales de difusión al mayor número de personas, ¿entonces cuál es? No estamos frente a un concurso de simpatías, sino a una elección que decidirá el futuro de más de tres millones de habitantes. La confrontación la interrumpieron las porras partidarias. Los invitados deben ser representantes de la sociedad civil, no comparsas. Los candidatos no salieron del Tratro Nazas de Torreón como entraron: uno se achicó, otro creció; uno se extravió y otro regresó a la contienda.