Los clientes chinos están pidiendo boicotear los productos japoneses, desde cremas de alta gama para el cuidado de la piel hasta artículos domésticos cotidianos, en represalia por la liberación de aguas residuales tratadas de la averiada planta de energía nuclear de Fukushima.
El esfuerzo se perfila como la mayor campaña de indignación nacionalista respaldada por el Estado contra Japón en más de una década y llega en un momento de crecientes divisiones entre China y los países de la región alineados con Estados Unidos.
Los clientes comenzaron a devolver cosméticos y productos fabricados en Japón durante el fin de semana después de que circularan ampliamente en línea listas de productos que serían boicoteados. Los fabricantes se vieron obligados a declarar productos “libres de radiación” después de que algunos compradores trajeron contadores Geiger portátiles para probar la radiactividad de los productos. Las tiendas se han quedado sin sal de mesa porque algunos temen que las aguas contaminadas hagan imposible producir más sal marina.
El estallido de la ira antijaponesa –y su cuidadoso manejo por parte de los medios estatales– encaja con los esfuerzos de larga data de Beijing para movilizar a los consumidores y aprovechar su enorme mercado para castigar a otros países por acciones que no le gustan.
Ese enfoque se ha perfeccionado y amplificado durante el gobierno de Xi Jinping, el líder de China , quien ha aprovechado los sentimientos nacionalistas y los temores de un mundo peligroso más allá de las fronteras de China para justificar su toma de poder personal.